Lucas 21,34-36 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia
34 «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, 35 como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. 36 Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.»
Teofilacto
34-35. Citó antes el Señor los signos terribles y sensibles de los castigos que vendrán sobre los pecadores; pero contra estos males pone como remedio la vigilancia y la oración. Por esto dice: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros.»
No vendrá aquel día con previa amonestación, sino de improviso y furtivamente, cogiendo como en un lazo a los que no vivan prevenidos. Por esto sigue: «Porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra como un lazo», lo cual debemos examinar con detención. Cogerá aquel día a todos los que viven en la superficie de la tierra, por descuidados y perezosos. Pero para los laboriosos y dispuestos para el bien, que no están sentados ni ociosos sobre la tierra, sino que se levantan en cuanto se les dice: levántate y anda porque la tierra no es tu lugar de descanso; para éstos no será aquel un día de lazo ni de peligro sino un día de triunfo.
36. «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir…» Esto es, el hambre, la peste, y todo lo demás que amenaza en esta vida a los escogidos y a los que no lo son, y todo lo que amenaza para después a los malvados por toda la eternidad. No podemos evitar todo esto de otro modo que por las vigilias y las oraciones.
Y como el cristiano debe, no sólo huir de lo malo, sino esforzarse por ganar la gloria, añade: «Y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.» En esto consiste la gloria de los ángeles, en estar delante del Hijo del hombre, nuestro Dios, y en mirar constantemente su faz.
San Basilio
34. «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida…» Cada uno de los animales tiene de Dios interiormente los medios que han de contribuir a su propia conservación; por lo que Jesucristo nos ha dado este consejo con el fin de que lo que ellos tienen en su instinto lo tengamos nosotros con el auxilio de la razón y de la prudencia. Así que debemos huir del pecado como huyen los animales de los pastos mortíferos; pero debemos buscar la justicia como buscan ellos las yerbas nutritivas; por esto dice: “Mirad por vosotros”, esto es, para que podáis distinguir lo saludable de lo nocivo. Pero como se puede mirar de dos modos, ya con los ojos del cuerpo o ya por la potencia intelectual, y los ojos del cuerpo no pueden conducir a la virtud, ha debido por tanto referirse a un acto de la inteligencia al decir: «Guardaos», esto es, tened circunspección en todo, y que en custodia vuestra esté siempre vigilante la luz de vuestra alma. Y no dice cuidad de los vuestros o de aquellos que están alrededor vuestro, sino de vosotros. Vosotros sois la inteligencia y el alma; y lo vuestro son el cuerpo y los sentidos; en rededor vuestro están vuestros bienes, vuestras artes y lo demás que contribuye a la comodidad de la vida; pero no dice que nos cuidemos de estas cosas, sino del alma, que debe constituir nuestro primer cuidado. Este mismo consejo sana a los que están enfermos, perfecciona a los que están sanos; hace conservar el presente y proveer al futuro; nos impide censurar a los demás y nos induce a examinar nuestras acciones; no permitiendo que la inteligencia se someta a las pasiones, sino sujetando lo irracional al alma racional. Y da la razón de por qué deba obrarse así, diciendo: «Que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida…» (in serm. super attende tibi).
La «embriaguez» consiste en el uso exagerado del vino y la crápula es la ansiedad y náusea que causa la embriaguez, llamada así de la palabra griega que quiere decir trastorno de cabeza. Y así como debemos usar de los alimentos para calmar el hambre, así también hemos de usar de la bebida para templar la sed evitando con cuidado los excesos, pues el vino es una bebida falaz; pero el hombre libre del vino será más prudente y bueno; y humedecido por los vapores del vino, queda velado como por una nube.
La curiosidad y los cuidados de esta vida aunque no parece que estorban deben evitarse cuando no contribuyen al servicio divino. Manifiesta por qué dijo esto, cuando añade: «Y venga aquel Día de improviso sobre vosotros.» (in regulis brevioribus ad interrogat 58).
Tito
34. «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros.» Como diciendo: Cuidad que no se oscurezcan las luces de vuestras inteligencias, porque los cuidados de esta vida y la crápula y la embriaguez ahuyentan la prudencia, hacen vacilar la fe, y causan el naufragio.
San Eusebio
36. El Señor nos dictó cuanto precede, para que evitemos los males que nos habrían de sobrevenir. Por esto sigue: «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.».
San Agustín, De cons. Evang. 2,77
36. «Para que escapéis a todo lo que está para venir…» es la fuga de que habla San Mateo, que no debe hacerse ni en invierno ni en sábado. Al invierno pertenecen los cuidados de esta vida, que son tristes como él mismo; al sábado la crápula y la embriaguez, que sumerge el corazón y lo abruma con la lujuria y las complacencias de la carne, lo cual indica lo malo que puede suceder en el sábado; porque los judíos se dedican en este día a toda clase de fiestas, desconociendo lo espiritual del día de sábado.
Beda
36. «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.»Y en verdad, si algún médico sabio prohibe usar del jugo de alguna hierba para evitar una muerte repentina, cumpliremos lo mandado con la mayor escrupulosidad. Del mismo modo cortemos ahora, porque así lo ordena el Salvador, la embriaguez, la crápula y los cuidados del mundo, especialmente aquéllos que no temen ser heridos o muertos; porque dan crédito a las palabras del médico y menosprecian los consejos del Señor.
San Máximo el Confesor
Discurso
Discurso ascético; PG 90, 912.
«De pie delante del Hijo del Hombre» (Lc 21,).
Te suplicamos, Señor, Dios de bondad, que el misterio de la salvación realizado por nosotros en tu Hijo unigénito, no se convierta en nuestra condenación; que “no nos aleje de tu presencia.” No rechaces nuestra condición miserable, al contrario, ten compasión de nosotros por tu gran misericordia; “sólo tu infinita misericordia borra nuestros pecados.” Por lo tanto, al presentarnos ante ti, en tu gloria, lejos de merecer la condena, obtendremos la protección de tu Hijo único, y no seremos condenados como malos servidores… Sí, Maestro y Señor todopoderoso, escucha nuestra súplica: “No conocemos otro como tú”. Invocamos tu nombre, ya que tú eres “El que obra todo en todos”, y cerca de tuyo, nos encontramos seguro.
“Señor, mira desde el cielo y desde tu santa gloria. ¿Dónde está tu amor celoso y poderoso? ¿Dónde están tu piedad y misericordia infinita? Tú eres nuestro Padre: Abraham no puede reconocernos… Tú, Señor, Padre nuestro, líbranos, porque desde el principio tu nombre ha sido invocado por nosotros “y el nombre de tu único Hijo, y de tu Espíritu Santo. “¿Por qué nos dejas errar lejos de tus caminos? … ¿Por qué nos has abandonado a nuestras fuerzas, y nos has dejado extraviar?» Haz volver hacia tí a tus siervos, Señor, en el nombre de tu santa Iglesia, en nombre de todos los santos de otros tiempos…
“¡Oh, si rasgases el cielo! Las montañas temblarían ante tí, se derretirían como cera ante el fuego… Desde antiguo hemos escuchado y nuestros ojos no han contemplado a otro Dios más que a tí… Tú eres nuestro Padre …todos somos obra de tus manos …Todos somos tu pueblo.”
Afraates, monje
Disertaciones
Las Disertaciones, nº 4.
«Estad siempre despiertos y pedid insistentemente» (Lc 21,).
Amigo, cuando se hace lo que gusta a Dios, eso es oración, y es eso lo que me parece bello… Por encima de todo sé asiduo a la oración sin cansarte, tal como está escrito pues nuestro Señor dijo: «Orad sin cesar». Asiste con asiduidad a las vigilias, aleja de ti el sueño y la pesadez, permanece en vela día y noche sin desanimarte.
Voy a enseñarte los modos de oración: en efecto, está la oración de petición, la de acción de gracias y la alabanza; la de petición es cuando pedimos misericordia por nuestros pecados, la acción de gracias es cuando das gracias a tu Padre que está en los cielos, y la alabanza cuando le alabas por sus obras. Cuando estás en peligro, acude a la petición; cuando te sabes provisto de bienes dale gracias al que te los da; y cuando estás de buen humor, presenta la alabanza.
Todas tus plegarias debes presentarlas delante de Dios según las circunstancias. Fíjate en lo que el mismo David decía en todo momento: «Me levanto a medianoche a darte gracias por tus justos juicios» (Sal 118,62). Y en otro salmo dice también: «Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto» (Sal 148,1). Y, finalmente, dice: «Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca» (Sal 33,2). Porque no debes orar siempre de la misma manera sino según las circunstancias.
Y yo, amigo, estoy completamente convencido que todo lo que los hombres piden asiduamente, Dios se lo concede. Pero el que ofrece con hipocresía no es agradable al Señor, tal como está escrito: Al que hace oración, que se fije bien en si su ofrenda no tiene algún defecto, y si es así que la ofrezca seguidamente, pues de lo contrario su ofrenda quedará en tierra (cf Mt 5,23-24; Mc 11,25). Y, ¿qué es la ofrenda sino la oración?… En efecto, de todas las ofrendas, la oración pura es la mejor.
Santa Teresa del Niño Jesús, carmelita descalza, doctora de la Iglesia
Escritos
Acta de ofrenda al Amor Misericordioso.
«Comparecer de pié ante el Hijo del hombre» (Lc 21,).
¡Oh, Dios mío, Trinidad Bienaventurada!, deseo amaros y haceros amar, trabajar por la glorificación de la Santa Iglesia, salvando las almas… Deseo cumplir perfectamente vuestra voluntad y alcanzar el puesto de gloria que me habéis preparado en vuestro reino. En una palabra, deseo ser santa, pero siento mi impotencia y os pido, ¡oh, Dios mío!, que seáis vos mismo mi santidad.
Puesto que me habéis amado, hasta darme a vuestro único Hijo para que fuese mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos; os los ofrezco gustosa, suplicándoos que no me miréis sino a través de la Faz de Jesús y en su corazón abrasado de amor.
Os ofrezco también todos los méritos de los santos (los que están en el cielo y en la tierra), sus actos de amor y los de los santos ángeles; por último, os ofrezco, ¡oh Trinidad Bienaventurada!, el amor y los méritos de la Santísima Virgen, mi Madre querida; a ella le confío mi ofrenda, rogándole que os la presente. Su divino Hijo, mi Esposo amadísimo, en los días de su vida mortal, nos dijo: “Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre os lo concederá”. Estoy, pues, segura que escucharéis mis deseos; lo sé, ¡oh, Dios mío!, cuanto más queréis dar, más hacéis desear. Siento en mi corazón deseos inmensos y os pido confiadamente que vengáis a tomar posesión de mi alma. ¡Ah!, No puedo recibir la sagrada comunión con la frecuencia que deseo; pero, Señor, ¿no sois vos Todopoderoso?… Permaneced en mí, como en el tabernáculo, no os alejéis nunca de vuestra pequeña hostia…
Quisiera consolaros de la ingratitud de los malos y os suplico que me quitéis la libertad de disgustaros; si por debilidad, caigo alguna vez, que inmediatamente vuestra divina mirada purifique mi alma, consumiendo todas mis imperfecciones, como el fuego, que todo lo transforma en sí…
Os doy gracias, ¡oh, Dios mío!, por todos los favores que me habéis concedido, en particular por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. En el último día, os contemplaré con alegría, llevando el cetro de la cruz. Puesto que os habéis dignado darme en lote esta cruz preciosa, espero parecerme a vos en el cielo y ver brillar sobre mi cuerpo glorificado los sagrados estigmas de vuestra Pasión…
Después del destierro de la tierra, espero ir a gozar de vos en la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el cielo, sólo quiero trabajar por vuestro amor, con el único fin de complaceros, de consolar a vuestro Sagrado Corazón y de salvar almas que os amen eternamente.
En la tarde de esta vida, compareceré delante de vos con las manos vacías, pues no os pido, Señor, que contéis mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a vuestros ojos. Quiero, por eso, revestirme de vuestra propia Justicia, y recibir de vuestro amor la posesión eterna de vos mismo. No quiero otro trono y otra corona que a Vos, ¡oh Amado mío!
A vuestros ojos el tiempo no es nada, un solo día es como mil años; podéis, pues, prepararme en un instante, a comparecer delante de vos…
Beato John Henry Newman
Obras
PPS 4,22.
«Velad, pues, y orad en todo tiempo» (Lc 21,36).
“¡Velad!” nos dice Jesús con insistencia. No sólo tenemos que creer sino también velar. No sólo tenemos que amar sino también velar. No sólo hay que obedecer sino también velar. ¿Velar, por qué? A causa del grande, del supremo acontecimiento: la venida de Cristo. Es evidente que aquí se encuentra una llamada especial, un deber que no se nos hubiera ocurrido nunca si Jesús mismo no nos lo hubiese encarecido tanto. Pero ¿qué es, pues, velar?…
Aquel vela esperando a Cristo que guarda su espíritu sensible, abierto, despierto, lleno de celo por buscar y honrar a Cristo. Desea encontrarse con él en todos los acontecimientos de la vida. No experimentaría ninguna sorpresa, ningún espanto ni agitación si llegara a saber que allí estaba Cristo.
Aquel vela con Cristo (Mt 26,38) que, mirando hacia el futuro, sabe que no debe olvidar el pasado, que no olvida lo que Cristo sufrió por él. Vela con Cristo aquel que, acordándose de él, se asocia a su cruz y a la agonía de Cristo, que lleva con gozo la túnica que Cristo llevó hasta la cruz y que ha abandonado después de su Ascensión. A menudo, en las epístolas, los escritores inspirados experimentan el deseo del segundo advenimiento, pero no olvidan nunca el primero, la crucifixión y la resurrección… Así, el apóstol Pablo invita a los corintios a “esperar la venida del Señor”, pero no deja de avisarlos que hay que “llevar en nuestro cuerpo la muerte del Señor, para que la vida de Cristo Jesús se manifieste en nosotros” (cf 2Cor 4,10). El recuerdo de lo que Cristo es ahora para nosotros, no nos debe hacer olvidar lo que fue por nosotros…
Velar es, pues, vivir desapegado de lo presente, vivir en lo invisible, vivir con el pensamiento en Cristo tal como vino la primera vez y tal como vendrá en su segunda venida, desear esta segunda venida recordando con amor y gratitud la primera.
Catecismo de la Iglesia Católica
Homilía
§672 – 677.
«Estad siempre despiertos» (Lc 21,).
El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio, pero es un tiempo marcado todavía por la «tristeza» (1C 7,26) y la prueba del mal que afecta también a la Iglesia e inaugura los combates de los últimos días. Es un tiempo de espera y de vigilancia. Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente, aun cuando a nosotros no nos «toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad» (Hch 2,7). Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento…
Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (2Tes 2,3ss; 2Jn 7)…
La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección. El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal que hará descender desde el cielo a su Esposa (Ap 21,25). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa.
Catecismo Romano: Embotamiento del corazón y castidad
Capítulo VI, sobre el Sexto mandamiento del Decálogo
En el orden práctico de los actos tiene el cristiano a su disposición remedios eficacísimos para conservar la castidad:
a) Ante todo, se impone la huida del ocio. El profeta Ezequiel escribe que los habitantes de Sodoma cayeron en aquella vergonzosa maldad de la concupiscencia por no haber huido las delicias del apoltronamiento (“Mira cuál fue la iniquidad de Sodoma, tu hermana: tuvo gran soberbia, hartura de pan y mucha ociosidad (Ez 16,49)”).
b) Hay que evitar, además, los excesos en la comida y bebida. Yo los harté -dice Dios por el profeta-, y ellos se dieron a adulterar (Jr 5,7).
La experiencia confirma que los excitantes placeres de la mesa son causas frecuentes de lascivia. El mismo Cristo nos amonesta en su Evangelio: «Estad atentos, no sea que se emboten vuestros corazones por la crápula y la embriaguez (Lc 21,34); y San Pablo: No os embriaguéis de vino, en el cual está la liviandad (Ep 5,18).
c) Los ojos, sobre todo, son focos que encienden en el corazón la sensualidad. El Evangelio dice: Si tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y arrójalo de ti (Mt 5,29).
Y el santo Job: Había hecho pacto con mis ojos de no mirar a virgen (Jb 31,1).
La experiencia confirma también que muchas caídas tuvieron su origen en miradas lascivas. Por haber mirado, pecaron David (2Re 11,2), Siquén (Gn 34,2) y los dos viejos calumniadores de Susana (Dan 13,8).
d) Otro incentivo sensual es la moda deshonesta.
Aparta tus ojos de mujer muy compuesta -aconseja el Eclesiástico- y no fijes la vista en la hermosura ajena (Si 9,8).
Las mujeres sobre todo -naturalmente inclinadas al excesivo adorno de su cuerpo- piensen seriamente en sus gravísimas responsabilidades y recuerden las palabras de San Pedro: Vuestro ornato no ha de ser el exterior del rizado de los cabellos, del ataviarse con joyas de oro o el de la compostura de los vestidos, sino el oculto en el corazón, que consiste en la incorrupción de un espíritu manso y tranquilo (1P 3,3-4). Y aquellas otras de San Pablo: Quiero también las mujeres con hábito honesto, con recato y modestia, sin rizado de cabellos, ni oro, ni perlas, ni vestidas costosos, sino con obras buenas, cual conviene a mujeres que hacen profesión de piedad (1Tm 2,9). Resulta inadmisible pensar que algunas no duden en sacrificar los eternos valores del alma y el íntimo ornamento de la virtud a las bagatelas externas y caducas,
e) Compañera de la deshonestidad en el vestir suele ser la obscenidad en las conversaciones. Los jóvenes sobre todo suelen ser víctimas de este serio peligro. Las malas conversaciones -amonesta San Pablo- estragan las buenas costumbres (1Co 15,33).
f) Con las conversaciones deshonestas suelen ir juntas las canciones licenciosas, los bailes, las lecturas pornográficas, las pinturas obscenas, etc. Medios todos que suele aprovechar el enemigo para encender el fuego de la pasión en los corazones juveniles.
El Concilio de Trento tiene oportunas y sapientísimas disposiciones a este respecto, que no deben ser ignoradas (C. Trid., ses. XXV, decreto sobre las imágenes: DS 988).
Evitadas cuidadosamente todas estas ocasiones, desaparecerían casi todos los incentivos de la sensualidad.
San Juan de Ávila
Audi filia: importancia y provecho de la oración
Capítulo 70: Que es muy importante el ejercicio de la oración, y de los grandes provechos que de ella se sacan.
Pues que ya habéis oído que la luz que vuestros ojos han de mirar es Dios humanado y crucificado, resta deciros qué modo tendréis para le mirar, pues que esto ha de ser con ejercicio de devotas consideraraciones y habla interior que en la oración hay.
Mas primero que os digamos el modo que habéis de tener en la oración, conviene deciros cuan provechoso ejercicio sea, especialmente para vos, que habiendo renunciado al mundo, os habéis toda ofrecido al Señor; con el cual os conviene tener muy estrecha y familiar comunicación, si queréis gozar de los dulces frutos de vuestro religioso estado.
Y por oración entendemos aquí una secreta e interior habla con que el ánima se comunica con Dios, ahora sea pensando, ahora pidiendo, ahora haciendo gracias, ahora contemplando, y generalmente por todo aquello que en aquella secreta habla se pasa con Dios. Porque aunque cada cosa de éstas tenga su particular razón, no es mi intento tratar aquí sino de este general que he dicho, de cómo es cosa muy importante que el ánima tenga con su Dios esta particular habla y comunicación.
Para prueba de lo cual, si ciegos no estuviesen los hombres, bastaba decirles que daba Dios licencia para que todos los que quisiesen pudiesen entrar a hablarle una vez en el mes o en la semana, y que les daría audiencia de muy buena gana, y remediaría sus males, y haría mercedes, y habría entre Él y ellos conversación amigable de Padre con hijos. Y si diese esta licencia para que le pudiesen hablar cada día, y si la diese para que muchas veces al día, y si también para que toda la noche y el día, o todo lo que de este tiempo pudiesen y quisiesen estar en conversación del Señor, Él lo habría por bueno, ¿quién sería el hombre, si piedra no fuese, que no agradeciese tan larga y provechosa licencia, y no procurase de usar de ella todo el tiempo que le fuese posible, como de cosa muy conveniente para ganar honra, por estar hablando con su Señor; y deleite, por gozar de su conversación; y provecho, porque nunca iría de su presencia vacío? ¿Pues por qué no se estimará en mucho lo que el Altísimo ofrece, pues se estimaría si lo ofreciese un rey temporal, que en comparación del Altísimo, y de lo que de su conversación se puede sacar, el rey es gusano, y lo que puede dar uno y todos es un poco de polvo? ¿Por qué no se huelgan los hombres de estar con Dios, pues (Pr 8,31) los deleites de Él son estar con los hijos de los hombres? No tiene su conversación amargura (Sg 8,16), sino alegría y gozo; ni su condición tiene escasez para negar lo que le piden.
Y Padre nuestro es, con el cual nos habíamos de holgar, conversando, aunque ningún otro provecho de ello viniera. Y si juntáis con esto que no sólo nos da licencia para que hablemos con Él, mas que nos ruega, aconseja, y alguna vez manda, veréis cuánta es su bondad y gana de que conversemos con Él, y cuánta nuestra maldad de no querer ir, rogados y pagados, a lo que debíamos ir rogando y ofreciendo por ello cualquier cosa que nos fuese pedida.
Y en esto veréis cuan poco sentimiento tienen los hombres de las necesidades espirituales, que son las verdaderas; pues quien verdaderamente las siente, verdaderamente ora, y con mucha instancia pide remedio. Un refrán dice: «Si no sabes orar, entra en la mar.» Porque los muchos peligros en que se ven los que navegan, les hace clamar a nuestro Señor. Y no sé por qué no ejercitamos todos este oficio, y con diligencia, pues ahora andemos por tierra, ahora por mar, andamos en peligros de muerte; o del ánima, si caemos en pecado mortal, o de cuerpo y ánima, si no nos levantamos por la penitencia de aquel en que hemos caído. Y si los cuidados perecederos, y el polvo que en los ojos traemos, nos diesen lugar de cuidar y mirar las necesidades de nuestro corazón., cierto andaríamos dando clamores a Dios, diciendo con todas entrañas (Mt 6,13): ¡No nos dejéis caer en la tentación! (Ps 34,22): ¡Señor, no te apartes de mii, y otras semejantes palabras, conformes al sentimiento de la necesidad. Todo nuestro orar se ha pasado a lo que se ha pasado nuestro sentido, que es el bien o mal temporal. Y aun esto no lo hacemos luego, sino cuando los otros medios y arrimos nos han faltado, como gente que su postrera confianza tiene puesta en nuestro Señor, y su primera y mayor en sí mismo o en otros. De lo cual suele el Señor enojarse mucho, y decir (Dt 32, 37, 39): ¿Dónde están tus dioses, en los cuales tenías confianza? Líbrente tus aliados, a los cuales se los llevará el viento y el soplo. Mirad que Yo sólo soy, y no hay otro fuera de Mí. Yo mataré y haré vivir; heriré y sanaré, y no hay quien se pueda librar.
Mirad, pues, vos, doncella, no os toquen acuestas cosas, mas tened vivo el sentido de vuestra ánima, con que gustéis que vuestro verdadero mal es no servir a Dios, y vuestro verdadero bien es servirle. Y cuando alguna cosa temporal pidiéredes, no sea con aquel ahínco y angustia que del amor demasiado suele nacer. Y para lo mucho y para lo poco, vuestra confianza primera sea nuestro Señor; y la postrera, los medios que Él os encaminare. Y sed muy agradecida a esta merced, de que os dio licencia de hablarle y conversar con Él; y usad de ella, para bienes y males, con mucha frecuencia y cuidado, pues por medio de esta habla y conversación con el Altísimo han sido enriquecidos los siervos de Dios, y remediados en sus pobrezas; porque entendieron que los peligros que Dios les dejó, fue a intento que, apretados con ellos, recurriesen a Él; y los bienes que les vienen son para ir a Él, dándole gracias.
De los gabaonitas leemos (Jos 10,6), que estando en mucho peligro por estar cercados de sus enemigos, enviaron un mensajero a Josué, a cuya amistad se habían ofrecido, y por la cual estaban en aquel peligro, y hallaron favor y remedio por lo pedir. Y aunque aquellos cinco reyes, de que la Escritura hace mención (Gn 14,1) fueron vencidos en el valle Silvestre, y sus ciudades robadas; mas porque un mozo que de la guerra escapó, fue a dar nueva de este desbarato al Patriarca Abraham, alcanzaron remedio los reyes y sus cinco ciudades por mano de Abraham, que los socorrió. De manera, que se alcanza, por un solo mensajero que va a pedir favor a quien lo quiere y puede dar, más que por la muchedumbre de combatientes que en la guerra o ciudad haya. Y cierto, es así, que quien enviare a Dios mensajero de humilde y fiel oración, aunque esté cercado y destrozado y metido en el vientre de la ballena, sentirá presente al Señor, que está cerca a todos aquellos que le llaman en verdad (Ps 144,18).
Y si no saben lo que han de hacer, con la oración hallan lumbre, porque con esta confianza dijo el rey Josafat (Paralip, 20, 12): Cuando no sabemos lo que hemos de hacer, este remedio tenemos, que es alzar los ojos a Ti. Y Santiago (Jc 1,5) dice: Que quien hubiere menester sabiduría, la pida a Dios. Y por este medio eran Moisés y Aarón enseñados de Dios acerca de lo que debían hacer con el pueblo. Porque como los que rigen a otros han menester lumbre doblada, y tenerla muy a la mano y a todo tiempo, así han menester oración doblada y estar tan diestros en ella, que sin dificultad la ejerciten, para que conozcan la voluntad del Señor de lo que deben hacer en particular, y para que alcancen fuerza para cumplirla. Y este conocimiento que allí se alcanza, excede al que alcanzamos por nuestras razones y conjeturas, como de quien va a cosa cierta, o quien va, como dicen, a tienta paredes. Y los propósitos buenos y fuerza que allí se cobran, suelen ser sin comparación más vivos y salir más verdaderos, que los que fuera de la oración se alcanzan. San Agustín dijo, como quien lo había probado: «Mejor se sueltan las dudas con la oración, que con cualquiera otro estudio.» Y por no cansar, y porque no sería posible deciros particularmente los frutos de la oración, no os digo más, sino que la suma Verdad dijo (Lc 11,13): Que el Padre celestial dará espíritu bueno a los que se lo piden; con el cual bien vienen todos los bienes.
Y débeos bastar, que usaron este ejercicio todos los Santos. Porque, como San Crisóstomo dice: «¿Quién de los Santos no venció orando?» Y él mismo dice: «No hay cosa más poderosa que el hombre que ora.» Y bastarnos debe, y sobrar, que Jesucristo, Señor de todos, oró en la noche de su tribulación, aun hasta derramar gotas de sangre (Lc 22,44). Y oró en el monte Tabor, para alcanzar el resplandor de su cuerpo (Lc 9,29). Oró primero que resucitase a San Lázaro (Jn 11,41); y veces oraba tan largo, que se le pasaba toda la noche en oración. Y después de una tan larga oración como ésta dice San Lucas (Lc 6,12), que eligió entre sus discípulos número de doce Apóstoles. En lo cual, dice San Ambrosio, nos dio a entender lo que debemos hacer cuando quisiéremos comenzar algún negocio, pues que en aquel suyo, primero oró, y tan largo.
Y por esto debiera decir San Dionisio, que en principio de toda obra hemos de comenzar por la oración. San Pablo (Rm 12,12) amonesta que entendamos con instancia en la oración; y el Señor dice (Lc 18,1), que conviene siempre orar, y no aflojar; que quiere decir, que se haga esta obra con frecuencia, diligencia y cuidado. Porque los que quieren valerse con tener cuidado de sí en hacer obras agradables a Dios, y no curan de tener oración, con sola una mano nadan, con sola una mano pelean, y con sólo un pie andan. Porque el Señor, dos nos enseñó ser necesarias, cuando dijo (Mt 26): Velad y orad, porgue no entréis en tentación. Y lo mismo avisó cuando dijo (Lc 21,36): Velad, pues, en todo tiempo orando, que seáis hallados dignos de escapar de todas estas cosas que han de venir, y estar delante el hijo de la Virgen. Y entrambas cosas junta San Pablo (Ep 6,11), cuando arma al caballero cristiano en la guerra espiritual que tiene contra el demonio. Porque así como un hombre, por buenos manjares que coma, si no tiene reposo de sueño tendrá flaqueza, y aun corre el riesgo de perder el juicio, así acaecerá a quien bien obra y no ora. Porque aquello es la oración para el ánima, que el sueño al cuerpo. No hay hacienda, por gruesa que sea, que no se acabe, si gastan y no ganan; ni buenas obras que duren sin oración, porque en ella se alcanza lumbre y espíritu con que se recobra lo que con las ocupaciones, aunque buenas, se disminuye del fervor de la caridad e interior devoción.
Y cuan necesario sea el orar, parece muy claro en la instancia y ayunos con que el Profeta San Daniel (Da 9,1-19) oraba al Señor que librase su pueblo de la cautividad de Babilonia, aunque eran cumplidos los setenta años que el Señor había puesto por término para los librar. Y si en lo que Dios ha prometido de hacer o dar, aún es menester que se le pida con oración ahincada, ¿cuánto más será menester en lo que no tenemos promesa suya en particular? San Pablo pide a los Romanos (Rm 15,30) que rueguen a Dios por él, para que, quitados los impedimentos, pueda ir a los visitar. Sobre lo cual dice Orígenes: «Aunque había dicho el Apóstol un poco antes (Rm 15,29): Se que, yendo a vosotros, será mi ida en la abundancia de la bendición de Cristo; mas con todo esto, sabía que la oración es necesaria, aun para las cosas que él manifiestamente conocía que habían de acaecer; y si no hubiera oración, sin duda no se cumpliera lo que había profetizado.» ¿No os parece que tuvo razón quien dijo (San Gregorio) que era la oración medio para alcanzar lo que Dios Omnipotente ordenó, ante los siglos, de donar en tiempo? Item, que así como el arar y sembrar es medio para coger trigo, así la oración para alcanzar frutos espirituales. Por lo cual no nos debemos maravillar si tan pocos cogemos, pues que tan poca oración sembramos.
Cosa cierta es que de la conversación de un bueno se sigue amarle y concebir deseos de la virtud; y si con Dios conversásemos, con mucha más razón podríamos esperar de su conversación estos y otros provechos, a semejanza de Santo Profeta y Legislador Moisés, que de la tal conversación salió Heno de resplandor (Ex 34).
Y no por otra causa estamos tan faltos de misericordia para con los prójimos, sino porque nos falta esta conversación con nuestro Señor. Porque el hombre que estuvo de noche postrado delante de Dios pidiéndole perdón y misericordia para sus pecados y necesidades, claro está que si de día encuentra con otro que le pida lo que él pidió a Dios, que conocerá las palabras, y se acordará de con cuánto trabajo él las dijo a nuestro Señor, y con cuánto deseo de ser oído, y hará con su prójimo lo que quería que Dios hiciese con él.
Y por decir en una palabra lo que en esto siento, os traigo a la memoria lo que dijo Santo Rey y Profeta David (Ps 65,20): Bendito sea el Señor, que no quitó de mí mi oración y su misericordia. Sobre lo cual dice San Agustín: «Seguro puedes estar, que si Dios no quita de ti la oración, no te quitará su misericordia.» Y acordaos que el Señor dijo (Lc 11,13): Que el celestial Padre dará espíritu bueno a los que se lo piden. Y con este espíritu cumplimos la Ley de Dios, como dice San Pablo (Rm 7,25). De manera, que nos está cercana la misericordia de Dios, y cumplimos su Ley por medio de la oración. Mirad vos qué tal estará un hombre a quien le faltaren estas dos cosas, por faltarle la oración.
Y quiéroos avisar del yerro de algunos que piensan que, porque dijo San Pablo (1Tm 2,8): Quiero que los varones oren en todo lugar, no es menester orar despacio, ni en lugar particular, sino que basta mezclar la oración entre las otras obras que hace. Bueno es orar en todo lugar, mas no nos hemos de contentar con aquello, si hemos de imitar a Jesucristo nuestro Señor, y a lo que sus Santos han dicho y hecho en el negocio de la oración. Y aun tened por cierto, que ninguno sabrá provechosamente orar en todo lugar, sino quien primero hubiere aprendido este oficio en lugar particular, y gastado en él espacio de tiempo.
San Juan Pablo II, papa
Homilía: la verdad sobre el fin del mundo
VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN CLEMENTE
I Domingo de Adviento (02-12-1979)
[El Evangelio] nos recuerda el día de la venida última de Cristo. Viviremos de manera justa la Navidad, es decir, la primera venida del Salvador, cuando seamos conscientes de su última venida “con poder y majestad grandes” (Lc 21, 27)… En este pasaje hay una frase sobre la que quiero llamar vuestra atención: “Los hombres exhalarán sus almas por el terror y el ansia de lo que viene sobre la tierra” (Lc 21, 26).
Llamo la atención porque también en nuestra época el miedo “de lo que deberá suceder sobre la tierra” se comunica a los hombres.
El tiempo del fin del mundo nadie lo conoce, “sino sólo el Padre” (Mc 13, 32); y por esto de ese miedo que se transmite a los hombres de nuestro tiempo, no deduzcamos consecuencia alguna por cuanto se refiere al futuro del mundo. En cambio, está bien detenerse en esta frase del Evangelio de hoy. Para vivir bien el recuerdo del nacimiento de Cristo, es necesario tener muy clara en la mente la verdad sobre la venida última de Cristo; sobre ese adviento último. Y cuando el Señor Jesús dice: “Estad atentos… de repente vendrá aquel día sobre vosotros como un lazo” (Lc 21, 34), entonces justamente nos damos cuenta de que El habla aquí no sólo del último día de todo el mundo humano, sino también del último día de cada hombre. Ese día que cierra el tiempo de nuestra vida sobre la tierra y abre ante nosotros la dimensión de la eternidad, es también el Adviento. En ese día vendrá el Señor a nosotros, como redentor y juez.
[…] quiere hablarnos con la verdad del “pasar”, a que están sometidos el mundo y el hombre en el mundo. Nuestra vida en el mundo es un pasar, que inevitablemente conduce al término. Sin embargo, la Iglesia quiere decirnos —y lo hace con toda perseverancia—que este pasar y ese término son al mismo tiempo adviento: no sólo pasamos, sino que al mismo tiempo nos preparamos. Nos preparamos al encuentro con El.
La verdad fundamental sobre el Adviento es, al mismo tiempo, seria y gozosa. Es seria: vuelve a sonar en ella el mismo “velad” que hemos escuchado en la liturgia de los últimos domingos del año litúrgico. Y es, al mismo tiempo, gozosa: efectivamente, el hombre no vive “en el vacío” (la finalidad de la vida del hombre no es “el vacío”). La vida del hombre no es sólo un acercarse al término, que junto con la muerte del cuerpo significaría el aniquilamiento de todo el ser humano. El Adviento lleva en sí la certeza de la indestructibilidad de este ser. Si repite: “Velad y orad…” (Lc 21, 36), lo hace para que podamos estar preparados a “comparecer ante el Hijo del hombre” (Lc 21, 36).
5. De este modo el Adviento es también el primero y fundamental tiempo de elección; aceptándolo, participando en él, elegimos el sentido principal de toda la vida. Todo lo que sucede entre el día del nacimiento y el de la muerte de cada uno de nosotros, constituye, por decirlo así, una gran prueba: el examen de nuestra humanidad.
Homilía: ¿Cómo acoger al Señor?
JUBILEO DE LAS PERSONAS DISCAPACITADAS (03-12-2000)
[…] 3. “Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar a todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre” (Lc 21, 36). La liturgia de hoy nos habla de la segunda venida del Señor; es decir, nos habla de la vuelta gloriosa de Cristo, que coincidirá con la que, con palabras sencillas, se llama “el fin del mundo”. Se trata de un acontecimiento misterioso que, en el lenguaje apocalíptico, presenta por lo general la apariencia de un inmenso cataclismo. Al igual que el fin de la persona, es decir, la muerte, el fin del universo suscita angustia ante lo desconocido y temor al sufrimiento, además de interrogantes turbadores sobre el más allá.
El tiempo de Adviento… nos insta a prepararnos para acoger al Señor que vendrá. Pero ¿cómo prepararnos? La significativa celebración que estamos realizando nos muestra que un modo concreto para disponernos a ese encuentro es la proximidad y la comunión con quienes, por cualquier motivo, se encuentran en dificultad. Al reconocer a Cristo en el hermano, nos disponemos a que él nos reconozca cuando vuelva definitivamente. Así la comunidad cristiana se prepara para la segunda venida del Señor: poniendo en el centro a las personas que Jesús mismo ha privilegiado, las personas que la sociedad a menudo margina y no considera.
6. […] En la cruz, entregándose a sí mismo como rescate por nosotros, Jesús realizó el juicio de la salvación, revelando el designio de misericordia del Padre. Él anticipa este juicio en el tiempo presente: al identificarse con “el más pequeño de los hermanos”, Jesús nos pide que lo acojamos y le sirvamos con amor. El último día nos dirá: “Tuve hambre, y me diste de comer” (cf. Mt 25, 35), y nos preguntará si hemos anunciado, vivido y testimoniado el evangelio de la caridad y de la vida.
7. ¡Cuán elocuentes son hoy para nosotros estas palabras tuyas, Señor de la vida y de la esperanza! En ti todo límite humano se rescata y se redime. Gracias a ti, la minusvalidez no es la última palabra de la existencia. El amor es la última palabra; es tu amor lo que da sentido a la vida.
Ayúdanos a orientar nuestro corazón hacia ti; ayúdanos a reconocer tu rostro que resplandece en toda criatura humana, aunque esté probada por la fatiga, la dificultad y el sufrimiento.
Haz que comprendamos que “la gloria de Dios es el hombre que vive” (san Ireneo de Lyon, Adv. haer., IV, 20, 7), y que un día podamos gustar, en la visión divina, junto con María, Madre de la humanidad, la plenitud de la vida redimida por ti. Amén.
Catecismo de la Iglesia Católica: enséñanos a orar
Jesús enseña a orar
2607 Con su oración, Jesús nos enseña a orar. El camino teologal de nuestra oración es su propia oración al Padre. Pero el Evangelio nos entrega una enseñanza explícita de Jesús sobre la oración. Como un pedagogo, nos toma donde estamos y, progresivamente, nos conduce al Padre. Dirigiéndose a las multitudes que le siguen, Jesús comienza con lo que ellas ya saben de la oración por la Antigua Alianza y las prepara para la novedad del Reino que está viniendo. Después les revela en parábolas esta novedad. Por último, a sus discípulos que deberán ser los pedagogos de la oración en su Iglesia, les hablará abiertamente del Padre y del Espíritu Santo.
2608 Ya en el Sermón de la Montaña, Jesús insiste en la conversión del corazón: la reconciliación con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar (cf Mt 5, 23-24), el amor a los enemigos y la oración por los perseguidores (cf Mt 5, 44-45), orar al Padre “en lo secreto” (Mt 6, 6), no gastar muchas palabras (cf Mt 6, 7), perdonar desde el fondo del corazón al orar (cf, Mt 6, 14-15), la pureza del corazón y la búsqueda del Reino (cf Mt 6, 21. 25. 33). Esta conversión se centra totalmente en el Padre; es lo propio de un hijo.
2609 Decidido así el corazón a convertirse, aprende a orar en la fe. La fe es una adhesión filial a Dios, más allá de lo que nosotros sentimos y comprendemos. Se ha hecho posible porque el Hijo amado nos abre el acceso al Padre. Puede pedirnos que “busquemos” y que “llamemos” porque Él es la puerta y el camino (cf Mt 7, 7-11. 13-14).
2610 Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial: “todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido” (Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la oración, “todo es posible para quien cree” (Mc 9, 23), con una fe “que no duda” (Mt 21, 22). Tanto como Jesús se entristece por la “falta de fe” de los de Nazaret (Mc 6, 6) y la “poca fe” de sus discípulos (Mt 8, 26), así se admira ante la “gran fe” del centurión romano (cf Mt 8, 10) y de la cananea (cf Mt 15, 28).
2611 La oración de fe no consiste solamente en decir “Señor, Señor”, sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt 7, 21). Jesús invita a sus discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino (cf Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34).
2612 En Jesús “el Reino de Dios está próximo” (Mc 1, 15), llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a Aquel que es y que viene, en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria (cf Mc 13; Lc 21, 34-36). En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación (cf Lc 22, 40. 46).
2613 San Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la oración:
La primera, “el amigo importuno” (cf Lc 11, 5-13), invita a una oración insistente: “Llamad y se os abrirá”. Al que ora así, el Padre del cielo “le dará todo lo que necesite”, y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.
La segunda, “la viuda importuna” (cf Lc 18, 1-8), está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. “Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?”.
La tercera parábola, “el fariseo y el publicano” (cf Lc 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. “Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador”. La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: ¡Kyrie eleison!
2614 Cuando Jesús confía abiertamente a sus discípulos el misterio de la oración al Padre, les desvela lo que deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya vuelto, con su humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo ahora es “pedir en su Nombre” (Jn 14, 13). La fe en Él introduce a los discípulos en el conocimiento del Padre porque Jesús es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). La fe da su fruto en el amor: guardar su Palabra, sus mandamientos, permanecer con Él en el Padre que nos ama en Él hasta permanecer en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza de ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús (cf Jn 14, 13-14).
2615 Más todavía, lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de Jesús, es “otro Paráclito, […] para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad” (Jn 14, 16-17). Esta novedad de la oración y de sus condiciones aparece en todo el discurso de despedida (cf Jn 14, 23-26; 15, 7. 16; 16, 13-15; 16, 23-27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión de amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en Él: “Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto” (Jn 16, 24).
Jesús escucha la oración
2616 La oración a Jesús ya ha sido escuchada por Él durante su ministerio, a través de signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (del leproso [cf Mc 1, 40-41], de Jairo [cf Mc 5, 36], de la cananea [cf Mc 7, 29], del buen ladrón [cf Lc 23, 39-43]), o en silencio (de los portadores del paralítico [cf Mc 2, 5], de la hemorroisa [cf Mc 5, 28] que toca el borde de su manto, de las lágrimas y el perfume de la pecadora [cf Lc 7, 37-38]). La petición apremiante de los ciegos: “¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!” (Mt 9, 27) o “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Sanando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria del que le suplica con fe: “Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!”.
San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis(“Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de Él, en nosotros”) (Enarratio in Psalmum85, 1; cf Institución general de la Liturgia de las Horas, 7).
La oración de la Virgen María
2617 La oración de María se nos revela en la aurora de la plenitud de los tiempos. Antes de la Encarnación del Hijo de Dios y antes de la efusión del Espíritu Santo, su oración coopera de manera única con el designio amoroso del Padre: en la anunciación, para la concepción de Cristo (cf Lc 1, 38); en Pentecostés para la formación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo (cf Hch1, 14). En la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos. La que el Omnipotente ha hecho “llena de gracia” responde con la ofrenda de todo su ser: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Fiat, ésta es la oración cristiana: ser todo de Él, ya que Él es todo nuestro.
2618 El Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná (cf Jn 2, 1-12) la madre de Jesús ruega a su Hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la nueva Alianza, al pie de la Cruz (cf Jn 19, 25-27), María es escuchada como la Mujer, la nueva Eva, la verdadera “madre de los que viven”.
2619 Por eso, el cántico de María, el Magnificat latino, el Megalinárion bizantino (cf Lc 1, 46-55) es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de acción de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación, cántico de los “pobres” cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres “en favor de Abraham y su descendencia, para siempre”.
Texto extraído de http://www.deiverbum.org