Introducción a los profetas (3 de 9)
PROFETAS DEL SIGLO VIII a.C. (2 de 2)
Libro de Miqueas
El profeta Miqueas se caracteriza por pertenecer al Sur, nació a 40 km al sudoeste de Jerusalén, en Moreshet-Gat, una región agrícola. Se ha pensado en su origen campesino, dado que ataca a los grandes propietarios. Cita a Samaria, al Reino del Norte, por lo que su actividad se iniciaría entre el 725 y el 700, antes al menos de la caída de Israel en el 722 a. C. Sería por tanto coetáneo de Oseas.
El libro de Miqueas está bastante bien organizado, tiene una estructura definida. Podemos dividirlo en cuatro partes, alternando oráculos de amenaza y oráculos de salvación.
“Escuchad lo que dice el Señor, el pleito del Señor con su pueblo. En pie, pleitea con las montañas, que escuchen tu voz las colinas. Escuchad, montañas, el pleito del Señor, vosotros, inalterables cimientos de la tierra: el Señor pleitea con su pueblo, con Israel se querella. Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he molestado? ¡Respóndeme! Yo te saqué de Egipto y te libré de la servidumbre. Yo te envié a Moisés, Aarón y María. …. Son hábiles para hacer el mal: el jefe y el juez piden regalos, el poderoso se agita y suda de ambición. El mejor es como zarza, el más honrado, como espino. El día anunciado por tus vigilantes, el día de la cuenta, ha llegado; ahí tenéis vuestra humillación. No creáis en el compañero, no confiéis en el amigo; ojo con lo que dices a tu compañera en la cama. Pues el hijo desprecia al padre, la hija se rebela contra la madre, la nuera contra la suegra. Los enemigos del hombre son los de su propia casa. Yo, en cambio, aguardaré al Señor, esperaré en el Dios que me salva. Mi Dios me escuchará.” (Miq 6,1- 7,7).
“No te alegres por mi causa, enemiga mía, pues si caí me levantaré; si vivo en tinieblas, el Señor es mi luz. Cargaré con la cólera del Señor, pues pequé contra él, hasta que se vea mi causa y se proclame mi sentencia; me hará salir a la luz y veré su justicia. Cuando lo vea mi enemiga se cubrirá de vergüenza, esa que me decía: «¿Dónde está el Señor, tu Dios?». Mis ojos llegarán a verla convertida en lugar pisoteado, como barro de la calle. Llega el día de reconstruir tus muros, el día de ensanchar las fronteras; día en que lleguen a ti desde Asiria hasta Egipto, desde Egipto hasta el Éufrates, de mar a mar, de montaña a montaña. Todo el país y sus habitantes se convertirán en una desolación, por el fruto de sus acciones. Pastorea a tu pueblo con tu cayado, al rebaño de tu heredad, que anda solo en la espesura, en medio del bosque; que se apaciente como antes en Basán y Galaad. Como cuando saliste de Egipto, les haré ver prodigios. Los pueblos lo verán y se avergonzarán, a pesar de todo su poder; se quedarán mudos y sordos; morderán el polvo como la serpiente que se arrastra por la tierra; saldrán temblando de sus fortalezas hacia el Señor, nuestro Dios; se asustarán y te temerán. ¿Qué Dios hay como tú, capaz de perdonar el pecado, de pasar por alto la falta del resto de tu heredad? No conserva para siempre su cólera, pues le gusta la misericordia. Volverá a compadecerse de nosotros, destrozará nuestras culpas, arrojará nuestros pecados a lo hondo del mar. Concederás a Jacob tu fidelidad y a Abrahán tu bondad, como antaño prometiste a nuestros padres.” (Miq 7,8-20).
Es como si el autor quisiera mantener un ritmo temporal de salvación, alternando la salvación y el juicio.
En cuanto al mensaje de este libro, es duro y de condena sin paliativos a Samaría y a Jerusalén, por sus excesos y olvidos de los pobres y los necesitados. El dinero es el verdadero Dios en estas poblaciones, por lo que predica la destrucción y el caos. En los capítulos de salvación habla de un resto que subsistirá, una restauración.
La tradición cristiana encontró en Miqueas un sentido salvador, profecía de Belén “«Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel».” (Mt 2,6). También es empleado por sus juicios y amenazas en los improperios del Viernes Santo: “¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho? ¿En qué te he ofendido? ¡Respóndeme!”.
El libro de Isaías
Este libro pasó al canon como un solo bloque. A partir del siglo XVIII, con la Ilustración, se inició una crítica que ha ido desvelando una composición hecha por varios profetas y se ha dividido el libro, y hoy es algo prácticamente aceptado por la unanimidad de los investigadores, en tres profetas, el primero le llamamos el “protoisaías”, abarcaría los capítulos 1 al 39 y pertenece al siglo VIII a. C. ; el segundo profeta lo llamamos “deuteroisaías”, se extendería del capítulo 40 al 55 y pertenecería a la época del destierro; y el tercer profeta lo denominamos “tritoisaías” y está en los capítulos que van del 56 al final. Este tercero pertenecería a una época muy posterior al destierro, da la impresión de varios profetas, no uno sólo.
El profeta del siglo VIII a. C., es el llamado “protoisaías”. Debió nacer hacia el 765 a. C. en una ciudad grande, dada su amplia cultura, pensamos que en Jerusalén. La vocación se inicia, sobre el 740 a. C., en una experiencia de pecado personal y colectivo, y en un acercamiento a la santidad. Sabemos que se casó con una profetisa, y que tuvo dos hijos con nombres simbólicos. Por los escritos parece un hombre decidido, inteligente y valiente, mantiene un halo de paz que pide, huyendo de la anarquía y el desorden. Moriría hacia el 701.
El mensaje de Isaías es difícil de relacionar con los acontecimientos políticos e históricos, dado que los redactores no quisieron mantener un orden cronológico, además de incorporar añadidos que dificultan aún más la investigación.
Es un autor que está inspirado en Amós, sigue sus claves de denuncia social, de nuevo la injusticia en tiempo de paz llevará a la condenación. Hace también una crítica fuerte al culto que está alejado y ausente de la realidad injusta. Predomina la denuncia y la amenaza. Tiene también una crítica fuerte, en materia política, contra los pactos de Judá y Asiria frente a Israel; esto supone estar más cerca del poder de los hombres que de la acción de Dios. Criticará también el acercamiento a Egipto por la divinización en la que caen. El final del libro muestra una cierta desesperanza dada la incapacidad de conversión, a pesar del asedio a Jerusalén en el 701, asedio que no acabó con la ciudad.
Este “protoisaías” dejó una fuerte huella, incluso pensamos que una escuela de profetas alrededor de este maestro. De esa escuela saldría en el futuro el “deuteroisaías”.
“¡Ay, gente pecadora, pueblo cargado de culpas, raza malvada, hijos corrompidos! Han abandonado al Señor, han despreciado al santo de Israel, le han vuelto la espalda. ¿Dónde podré golpearos todavía, si os seguís rebelando? La cabeza está herida, el corazón extenuado, de la planta del pie a la cabeza no queda parte ilesa: heridas y contusiones, llagas abiertas, no limpiadas ni vendadas ni aliviadas con aceite. Vuestro país está devastado, vuestras ciudades incendiadas, vuestros campos los devoran extranjeros, ante vuestros ojos. ¡Hay desolación como en una catástrofe causada por enemigos! Sión ha quedado como cabaña de viñedo, como choza de melonar, como ciudad sitiada. Si el Señor del universo no nos hubiera dejado un resto, seríamos como Sodoma, nos pareceríamos a Gomorra.” (Is 1,4-9)
“Pero brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; juzgará a los pobres con justicia, sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra; pero golpeará al violento con la vara de su boca, y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia será ceñidor de su cintura, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león como el buey, comerá paja. El niño de pecho retoza junto al escondrijo de la serpiente, y el recién destetado extiende la mano hacia la madriguera del áspid. Nadie causará daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país del conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día, la raíz de Jesé será elevada como enseña de los pueblos: se volverán hacia ella las naciones y será gloriosa su morada. Aquel día, el Señor tenderá otra vez su mano para rescatar el resto de su pueblo: los que queden en Asiria y en Egipto, en Patros, Cus y Elán, en Sinar, Jamat y en las islas del mar. Izará una enseña hacia las naciones, para reunir a los desterrados de Israel, y congregar a los dispersos de Judá, desde los cuatro extremos de la tierra. Cesará la envidia de Efraín, se acabará la hostilidad de Judá: Efraín no envidiará a Judá, ni Judá será hostil a Efraín. Caerán contra el flanco de los filisteos a Occidente, juntos despojarán a los hijos del Oriente: Edón y Moab son su propiedad, los amonitas son sometidos. El Señor secará la lengua del mar de Egipto, agitará su mano contra el Nilo, con su soplo ardiente lo dividirá en siete brazos, lo cruzarán en sandalias, y habrá una calzada para el resto de su pueblo que quede en Asiria, como la calzada de Israel cuando subió de Egipto” (Is 11,1-16).