Amad a vuestro enemigo
El evangelio de ayer, me parece uno de los puntos álgidos de la revelación en Jesucristo (Lc 6, 27-38). Aquí se nota la diferencia entre nuestro Dios y los otros dioses que el hombre pueda inventarse a lo largo de la historia. ¡Qué grande es Dios!.
En la época en la que Jesús está diciendo estas palabras, los romanos y los griegos tenían grandes dioses a los que les edificaban templos majestuosos y celebraban cultos multitudinarios, pero eran dioses de placeres, de egoísmos personales, de oído, de envidia, de poder sobre el prójimo, etc.. Tenían a Neptuno y Poseidón que eran los dioses de los mares, a Juno y Hera que eran los dioses del matrimonio y de la familia, a Minerva y Atenea que eran las diosas de la sabiduría, a Marte y Ares que eran los dieses de la guerra, a Venus y Afrodita que eran los dioses del amor y la belleza, a Baco y Dioniso que eran los dioses del vino, la danza y las orgías, a Ceres y Deméter que eran los dioses de la agricultura, a Cupido y Eros que eran los dioses del amor, etc.
Sus seguidores, lo que hacían era pedirles que les favorecieran en esos egoísmos personales que ellos representaban, y en función de lo que uno necesitase en ese momento, se lo pedía a un dios o a otro.
Jesús, sin embargo, dice cosas que para aquel entonces, en medio de esa cultura del egoísmo, era más que revolucionarias. Incluso hoy, en el siglo XXI, para nosotros siguen siendo revolucionarias. Jesús no ha venido a decirnos que es un dios de egoísmos personales, sino todo lo contrario, ha venido para decirnos que todo lo que hagamos lo hagamos pensando en los demás, que todo lo que pidamos, lo pidamos pensando en los demás, que “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten” (Lc 6,31) y que así seremos de verdad cristianos “hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos” (Lc 6,35b).
Lo que Jesús nos está pidiendo en este evangelio de Lucas: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian” (Lc 6,27b-28), es algo que para el ser humano siempre será revolucionario. Porque nos está pidiendo algo que no es humanamente posible de hacer. El ser humano, tocado por el pecado, no es capaz de seguir estos preceptos que Jesús nos da. Somos incapaces de seguir por nuestros medios a Dios, por este motivo, todavía hoy muchos son discípulos de falsos dioses que les resultan más sencillos de seguir y aunque ya no les llamemos Baco, Ceres, Cupido, etc. los siguen con el nombre de ecologismo, azar, tarot, reiki, etc.
Pero Dios no pide nunca imposibles. Jesús, además de pedirnos estas cosas, nos da los medios para poder llevarlas a cabo. Él conoce nuestra condición humana y sabe que somos pecadores, por eso Jesús muere en la Cruz por todos nosotros y al morir nos entrega su Espíritu que nosotros recibimos como cristianos en el sacramento del Bautismo. El Espíritu Santo es el que está con nosotros y Él es el que hace que venzamos nuestras deficiencias humanas para poder cumplir con lo que Jesús nos pide.
El problema es que somos pecadores, y día a día y gota a gota, por nuestros pecados, vamos perdiendo esta gracia recibida en el bautismo. Pero para eso también Jesús nos ha dejado otros sacramentos. Tenemos la Eucaristía, el sacramento principal para un cristiano, en el que recibimos el cuerpo y la sangre del mismo Jesús y también el sacramento de la Confesión donde podemos ser directamente perdonados por Cristo de aquellos pecados cometidos y de los que de verdad nos arrepentimos y hacemos propósito de no volver a cometer.
De esta manera, volvemos a estar en gracia, cargados de la energía necesaria para poder, no por nuestros propios medios, sino por el don de Espíritu Santo, cumplir con esto que Jesús nos pide.