Pedid y se os dará


Quien quiere amar a Jesucristo con todo corazón, debe vaciarlo de cuanto no siendo Dios, nazca del amor propio. Esto significa no buscar lo suyo, olvidarse de sí para no buscar más que a Dios.

Para amar a Dios de todo corazón se necesitan dos cosas: la primera, vaciarlo de todo lo terreno, y la segunda, llenarlo de su santo amor. San Felipe Neri decía que la parte del amor que damos a las criaturas se la arrebatamos a Dios. Se lamentan ciertas almas de buscar y no encontrar a Dios; escuchen lo que les dice Santa Teresa: «Despegue el corazón de todas las cosas y busque y hallará a Dios.

El engaño está en que quieren hacerse santos, pero a su modo; quieren amar a Jesucristo, pero siguiendo su natural inclinación, sin renunciar a sus diversiones, a la vanidad en el vestir, a los alimentos regalados; aman a Dios, pero, si no logran tal empleo, viven en perpetua turbación; si se les hiere en su reputación, se encienden, y si no sanan de la enfermedad, pierden la paciencia. Aman a Dios, pero no dejan el afecto de las riquezas, a los honores mundanos y a la futilidad de ser tenidos por nobles, por sabios o por mejores que los demás. Estos tales frecuentan la oración y la comunión; más, por cuanto llevan el corazón repleto de cosas terrenas, poco es el fruto que reportan. ¡Oh si se separasen un poco del mundo! Quien tenga el corazón pletórico de afectos terrenos será incapaz de oír la voz de Dios cuando le hable. ¡Infeliz quien esté asido a los bienes sensibles de esta vida, pues no será difícil que, cegado por ellos, deje de amar a Jesucristo, y por no perder los bienes pasajeros de esta vida, pierda por toda una eternidad a Dios, que es bien infinito!.

¿Es que no merece Jesús todo nuestro amor? ¡Ah, sí!; sobradamente lo merece, por su bondad y por el afecto que nos profesa. Bien comprendieron esto los santos, y por eso dijo de sí San Francisco de Sales: «Si conociese en mi alma una sola fibra que no fuese de Dios, la arrancaría al instante».

Muchas almas quisieran verse libres de los lazos que las tienen cautivas a la tierra, para volar hacia Dios, y de hecho volarían muy alto en la santidad si se desprendiesen completamente de las criaturas; más por cuanto conservan cualquier aficioncilla desordenada que no se esfuerzan por romper, andan siempre gimiendo y lamentándose, sin elevarse un palmo de tierra.

Quien quiera que Dios sea todo suyo, ha de darse del todo a Dios. Muchas almas tienen oración mental, visitan al Santísimo Sacramento y frecuentan la comunión; más por cuanto tienen ocupado el corazón de algún afecto terreno, poco o nada adelantan en la perfección; y, siguiendo con tal vida, no sólo serán siempre miserables, sino que están en continuo riesgo de perderlo todo.

Señor, os prefiero a todo, a la salud, a las riquezas, a las dignidades, a los honores, a las alabanzas, a la ciencia, a los consuelos, a las esperanzas, a los deseos y aun a las gracias y beneficios que de vos pudiera recibir. En suma, os prefiero a todo bien creado que no sea vos, Dios mío. Todos los dones con que me obsequiareis, de nada me bastan, si no sois vos mismo. A vos sólo quiero y nada más.

Dios mío y mi todo, bien veo que, a pesar de mis ingratitudes y negligencias en vuestro servicio, seguís convidándome con vuestro amor. Aquí me tenéis; ya no quiero resistir más; quiero abandonarlo todo para dedicarme por completo a vos. No quiero ya vivir para mí mismo, pues mucho es lo que me habéis obligado a amaros. Mi alma se ha enamorado de vos, Jesús mío, y por vos sólo suspira. Y ¿cómo podría amar otra cosa después de haberos visto morir de dolor en una cruz para salvarme? ¿Cómo podría contemplaros muerto, acabado de dolores, y no amaros con todo mi corazón? Os amo, sí, querido Redentor mío; os amo con toda mi alma y no deseo más que amaros en esta y en la otra vida.

Amor mío, esperanza mía, fortaleza mía, consuelo mío, dadme fuerza para seros fiel; dadme luces para que vea qué debo hacer para sacrificarlo todo y dadme fortaleza para que os obedezca en todo. ¡Oh amor del alma mía!, me ofrezco todo a vos para satisfacer el deseo que tenéis de uniros a mí, para que yo pueda unirme del todo con vos, Dios mío y mi todo. Venid, pues, por favor, Jesús mío, y tomad posesión de mí, de todos mis pensamientos y de todos mis afectos. Renuncio a todas mis aficiones, a todos mis consuelos y a todo lo criado, pues vos sólo me bastáis. Dadme la gracia de no pensar sino en vos, no desear más que a vos, no buscar más que a vos, mi amado y mi único bien.

San Alfonso María de Ligorio “Práctica del amor a Jesucristo. Capítulo XI. Quien ama a Jesucristo, desprende el corazón de todo lo criado”

Deja una respuesta