Moral Social y Doctrina Social (2/6)
Historia de la Doctrina Social de la Iglesia
La Doctrina Social de la Iglesia se organiza sistemáticamente a finales del siglo XIX, pero brota da la Palabra de Dios y del seguimiento de Jesús. Crece y florece en la experiencia de las primeras comunidades cristianas y se enriquece y se pasa de generación en generación, entre luces y sombras, a lo largo de la historia.
La Doctrina Social de la Iglesia, desde sus orígenes, ha ido evolucionando tanto en su propia autocomprensión como en contenidos, siendo una enseñanza constante, pero abierta a las nuevas realidades.
En el siglo XIX se había producido la revolución industrial en el mundo occidental y, con ella, grandes desplazamientos de trabajadores hacia los núcleos urbanos e industriales. Se va imponiendo el sistema capitalista en la economía y, como contestación, surgirán las reacciones del socialismo y del anarquismo.
Ante esta situación, la Iglesia comienza a desarrollar prácticas a favor de los obreros y a elaborar un pensamiento social como parte del Magisterio.
León XIII – Rerum Novarum (1891)
León XIII es considerado el iniciador de la Doctrina Social de la Iglesia. Al llegar al papado encuentra una Iglesia profundamente distanciada de la sociedad y trata de tender puentes.
Con su encíclica Rerum Novarum, se centra en la cuestión obrera y mira a la masa de proletarios que sufren unas condiciones inhumanas de trabajo, denunciando los abusos.
Refuta tanto la doctrina liberal como la del socialismo que empiezan a tomar fuerza. Y, a la vez, defiende que el Estado debe intervenir subsidiariamente para asegurar los derechos de los más débiles. Contra las ideas colectivistas y totalitarias, defiende el derecho a la propiedad privada. Muestra una visión personalista del trabajo y hace una gran defensa de la dignidad humana y de los derechos básicos de los trabajadores: salario justo, descanso, derecho a asociarse,…
A través de esta encíclica, la Iglesia se presenta como referente moral para la sociedad y justifica su derecho-deber de pronunciarse sobre cuestiones sociales que atañen al ser humano.
Pio X – Quadragesimo Anno (1931)
A comienzos del siglo XX, se había producido una crisis profunda en los dos sistemas económicos predominantes (capitalismo y socialismo): la revolución de 1917 en Rusia y el crack de 1929 en Nueva York que generó caída de la producción y de los precios, desempleo, revueltas sociales, etc.
Cobran auge los totalitarismos como alternativa al capitalismo liberal (comunismo en Rusia, nacismo en Alemania, fascismo en Italia).
La encíclica Quadragesimo Anno, quiere dar respuesta a una sociedad que atraviesa una crisis profunda y ofrecer una alternativa más global a los dos sistemas socioeconómicos vigentes: capitalismo y socialismo.
Tiene un tripe objetivo: recordar los frutos de la Rerum novarum, de cuya publicación se cumplían 40 años; aclarar dudas como la confesionalidad de sindicatos, el salario, la propiedad, …; restaurar y perfeccionar el orden social con la ley evangélica.
Sale al paso de las amenazas de los totalitarismos, con el principio de subsidiariedad y propone un nuevo orden social, basado en la justicia social, que contemple un mejor reparto de los bienes.
Pone de manifiesto la necesidad de una mayor colaboración entre capital y trabajo, empresarios y trabajadores. Aboga por la participación de los trabajadores en los beneficios de la empresa y por la creación de organismos intermedios para la defensa de estos.
Acusa al capitalismo de no tener en cuenta los aspectos éticos de la economía con su ley de oferta-demanda y, frente al comunismo, reitera el derecho a la propiedad privada, matizando su función social. Defiende la justicia social, así como el principio de colaboración frente a la lucha de clases. Además, propone la caridad cristiana que completa a la justicia. Con ello pretende cristianizar la economía y la sociedad.
Juan XXIII – Mater et Magistra (1961) y Pacem in Terris (1963)
Con Juan XXIII aparece un nuevo estilo, más de dialogo que de confrontación, y contempla la cuestión social en su dimensión mundial.
A mediados del siglo XX, se había dado un periodo de extraordinario desarrollo económico, acompañado de una nueva revolución industrial (energía atómica, transporte, televisión). Pero el optimismo que invade a la sociedad le impedía descubrir los fallos de un sistema que se basa en la riqueza de unos a costa de la pobreza de otros.
También finalizaba la descolonización política de los países del Tercer Mundo a la que, sin embargo, le sucede otro tipo de dominio colonial de carácter económico.
Existían dos grandes bloques enfrentados: el neocapitalista liderado por EEUU y el colectivista de la Unión Soviética y sus países satélites. Proliferaba la carrera de armamentos, que exigía grandes inversiones económicas y colocaba a la humanidad al borde de otra guerra y del desprecio de los derechos humanos.
La encíclica Mater et Magistra, a los setenta años de la Rerum novarum, analiza e ilumina tres grandes fenómenos de desequilibrio: entre la agricultura y otros sectores productivos; entre zonas ricas y pobres del mismo país; y entre naciones económicamente desarrollas y en vías de desarrollo.
Hace una llamada a la solidaridad y cooperación sin instaurar nuevas formas de colonización y presenta a Dios como la base del orden moral.
En abril de 1962 Juan XXIII había intervenido personalmente en la crisis de Cuba, que acababa en un acuerdo in extremis entre el presidente de EEUU Kennedy y de la URSS Kruschov.
Con la preocupación por la paz, la encíclica Pacem in Terris, venía a ser el gran testamento del Papa, que moriría pocas semanas después de su publicación. Sería acogida en todo el mundo de manera excepcional.
La idea clave del documento es el respeto a la dignidad del ser humano, a sus derechos y al bien común como base de la paz. Se puede decir que es la Carta Magna de la Iglesia sobre los derechos humanos.
Fundamenta la paz en los grandes valores de: la verdad, la justicia, la caridad y la libertad. Hace una llamada al cese de la carrera armamentística, a la prohibición de las armas nucleares y al desarme gradual de los Estados. Destaca la necesidad de una autoridad mundial que proteja los derechos de las personas y los pueblos e invita a los católicos.
El Concilio Vaticano II – Gaudium et Spes (1965)
Tanto ésta como la Constitución Lumen Gentium ofrecen una nueva visión en la relación Iglesia-Mundo: no son realidades antagónicas, sino autónomas e interrelacionadas que han de dialogar.
Estaba creciendo en el mundo la conciencia de las desigualdades y la preocupación por el desarrollo. Gaudium et Spes se ocupa de temas como la dignidad de la persona humana (antropología teológica y cristológica), la comunidad de los hombres, la actividad humana en el universo, la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo, la dignidad del matrimonio y de la familia, la promoción del progreso y de la cultura, la vida económico-social, la vida de la comunidad política y la promoción de la paz y de la comunidad de los pueblos.
Muestra una concepción humana del desarrollo y de la economía. El hombre es el autor, centro y fin de toda la vida social y económica, por ello debe ser el sujeto y protagonista del desarrollo.
Reafirma la doctrina sobre el trabajo como derecho y deber para colaborar en la obra de la creación y asegurar la subsistencia personal y de la familia. El trabajo dignifica a la persona y lo inserta en la sociedad.
Denuncia los desequilibrios entre ricos y pobres, urge a una reforma de las estructuras sociales, impulsa la promoción de los pueblos del Tercer Mundo y la construcción de la comunidad internacional.
Resalta la función social de la propiedad fundamentada en el Destino Universal de los Bienes.
Pablo VI – Populorum Progresio (1967) y Octogesima Adveniens (1968)
Se estaba tomando mayor conciencia de la desigualdad entre los países desarrollados y los que están vías de desarrollo. Aumentaba la población en el mundo de manera muy importante así como el comercio internacional y los conflictos sociales adquieren dimensiones mundiales.
Europa y América tenían ansias de democracia y de pluralismo (mayo del 68) y surgían nuevos problemas en la sociedad postindustrial, como es el deterioro del medio ambiente, la emigración, las bolsas de pobreza y marginación en países desarrollados, el paro, etc.
La encíclica Populorum Progresio. es una aplicación del Concilio Vaticano II, una explicitación de la doctrina conciliar sobre el Desarrollo. El Papa trata de la mundialización de los problemas económicos y sociales, y denuncia el creciente abismo que separa unos países de otros.
Define el Desarrollo como el paso de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas.
Según esta encíclica el auténtico desarrollo tiene dos características: ha de ser integral (de todo el hombre) y solidario (de todos los hombres). Pone de relieve la transcendencia política del desarrollo: es el nuevo nombre de la paz.
La encíclica Octogesima Adveniens, recuerda que frente a la complejidad de los problemas, no es competencia de la Iglesia decir una única palabra y proponer una solución universal.
Toma postura frente a las nuevas pobrezas y alerta sobre la degradación ecológica. Elabora criterios de discernimiento ante las ideologías y los movimientos históricos derivados de ellas (partidos políticos…) y promueve el compromiso sociopolítico de los cristianos como exigencia de la caridad y la lucha por la justicia.
En estos dos documentos de Pablo VI se abren nuevos cauces para la presencia de los cristianos incluso en los movimientos nacidos de ideologías poco compatibles con una visión cristiana de la vida.
Juan Pablo II – Laborem Ecercens (1981), Sollicitudo Rei Socialis (1987) y Centesimus Annus (1991)
Siguen en pie los grandes desafíos del pontificado anterior, incluso más agravados. Pero con un nuevo rasgo envolvente: la globalización económica y también cultural.
Desde 1973-75 (crisis del petróleo) se vivía una profunda crisis económica mundial con importantes repercusiones sociolaborales (paro, crisis cultural, dificultades para exportar). Y en el Tercer Mundo comienza a tomar cuerpo el drama de la deuda exterior. En general, había un clima de pesimismo y desesperanza.
La situación económica mundial había mejorado para los países ricos y se había ido superando la crisis. Pero esta nueva etapa de crecimiento económico no había reducido las bolsas de pobreza y de paro. En los países del Tercer Mundo había aumentado mucho la Deuda Externa y el abismo de la desigualdades entre países ricos y pobres había aumentado, dando paso a un pesimismo no carente de base. Por otro lado, en los países del Este estaba larvada la Perestroika de Gorvachov.
A finales del siglo XX, había caído el muro de Berlín y, con él, los regímenes marxistas (1989) y la confrontación militar de los dos bloques. Al mismo tiempo, se comienza a atisbar la globalización de la economía de mercado.
La encíclica Laborem Excercens, tiene como tema central el trabajo, al que considera la clave fundamental para entender la cuestión social. Plantea una espiritualidad del trabajo como participación en la obra del Creador, a través del cual el hombre colabora con Dios en la tarea de transformar todo lo creado.
Analiza los dos grandes sistemas económicos (capitalismo y colectivismo) y destaca de ellos su carácter economicista y materialista que subordina al hombre a los intereses productivos. Por el contrario, el Papa reclama un lugar central para el ser humano y resalta la prioridad del trabajo sobre el capital, poniendo el acento en la dimensión subjetiva del trabajo, es decir, en el hombre que trabaja.
Considera imprescindible el respeto a los grandes principios: la dignidad humana, la solidaridad, la justicia social y los derechos del trabajador.
La encíclica Sollicitudo Rei Socialis, es un homenaje a Pacem in Terris, poniendo en evidencia el creciente abismo entre el Norte y el Sur y proponiendo el valor de la solidaridad como alternativa a los principios y valores vigentes en la sociedad, marcados por el tener y el poder.
Hace una lectura teológica de los problemas del mundo. Culpa a la política de enfrentamientos de los bloques y señala las estructuras de pecado causantes de las injusticias.
Indica las características del auténtico desarrollo, partiendo de la reflexión de Pacem in Terris: no es exclusivamente cuestión económica y ni es un proceso recto, cuasiautomático e ilimitado. Su auténtico parámetro es el hombre, imagen de Dios. Por ello el desarrollo implica el respeto a los derechos de los hombres y de los pueblos, así como a la naturaleza.
La encíclica Centesimun Annus, conmemora el centenario de la Rerum Novarum, mostrando la continuidad de los principios doctrinales y la capacidad para leer los nuevos signos de los tiempos.
Culpa el fracaso del socialismo real su olvido de la transcendencia de la persona y a la ineficacia de un sistema económico por no respetar los derechos a la libre iniciativa, la propiedad privada y la libertad.
Al mismo tiempo, también alerta sobre los peligros del capitalismo, impulsado por valores como el consumismo, el economicismo y la absolutización de la libertad económica que es colocada por encima de los derechos de las personas.
Actualiza la doctrina sobre la propiedad, cuyo derecho está subordinado al destino universal de los bienes. Renueva la enseñanza sobre el papel del Estado, manifiesta el aprecio por la democracia y reafirma que la persona es el camino de la Iglesia.
Este documento presenta la Doctrina Social de la Iglesia como parte esencial de la Evangelización, fundamento y estímulo para el compromiso desde la caridad operante y la promoción de la justicia.
En 2004 el Pontificio Consejo de Justicia y Paz publicó el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia motivado por la necesidad de actualizar los juicios en torno a los problemas actuales, como son el desarrollo en las ciencias y en la tecnología, las nuevas formas del trabajo y para tratar de cubrir las lagunas que estos nuevos retos dan a la Iglesia.
Benedicto XVI – Deus Caritas Est (2005) y Caritas in Veritate (2009)
La sociedad postindustrial está marcada por el predominio de la globalización económica, el progreso científico tecnológico y la sociedad de la información.
En esta aldea global de hoy aumenta el pluralismo cultural y la diversidad étnica, lingüística y religiosa. Pero también es un mundo marcado por las injusticias y el abismo entre países ricos y pobres. Además, dentro de los países del primer mundo a la vez que se produce un rápido crecimiento económico también se extienden grandes bolsas de pobreza marginación.
En los comienzos del siglo XXI el fenómeno de la globalización, con sus principios neoliberales, se ha extendido sobre manera, así como el predominio de la técnica, con el peligro de convertirse en ideología. El mapa geoestratégico ha cambiado, con nuevas potencias emergentes y se plantea de nuevo el tema de la gobernanza mundial (Asía, China, Japón…).
El papel del Estado en la economía, la lógica mercantilista y sus problemas derivados (competitividad, reducción de la red de seguridad social, la movilidad laboral, el paro, …). A todo esto hay que añadir una profunda crisis financiera y económica.
La encíclica Deus Caritas Est, partiendo de una gran reflexión teológica del amor, el papa explica la dimensión social del amor, como parte irrenunciable de la tarea eclesial. El amor a Dios y al prójimo, especialmente el más necesitado, son inseparables.
Centra su reflexión en la relación que hay entre caridad y justicia. La justicia es tarea de la política y del Estado. La Iglesia con su Doctrina Social no pretende sustituir a las instituciones políticas, pero no puede estar ausente de la lucha por la justicia.
La caridad plenifica y transciende a la justicia, por eso siempre será necesaria, incluso en un orden social ―justo‖. La Doctrina Social de la Iglesia tiene como función purificar la razón política y formar las conciencias para que la justicia sea reconocida y puesta en práctica.
Hace un llamamiento a los cristianos laicos al compromiso público animados por la caridad social.
La encíclica Caritas in Veritate, quiere actualizar el mensaje de la Populorum Progressio e insiste en la vocación al desarrollo de la persona, que no puede ser ajeno a Dios, pues sin Él, el hombre no sabe a dónde ir ni descubrir quién es. Así el nivel más alto de desarrollo de la persona está en la unidad con Cristo.
La principal fuerza impulsora del desarrollo es la caridad, que es también el principio sobre el que gira la Doctrina Social de la Iglesia, que adquiere forma operativa en la justicia y el bien común, en la fraternidad y la libertad.
Desde la perspectiva del desarrollo y la centralidad de la persona, trata muchos temas: la globalización, la crisis económica, el trabajo, la comunidad internacional, la gobernanza mundial, las relaciones familiares, el don de la vida, alternativas económicas desde la clave del don y la gratuidad (economía de comunión).
Especialmente novedosa es la relación que establece entre el progreso tecnológico y el desarrollo humano y denuncia la conversión de la técnica en una ideología con los riegos deshumanizadores que conlleva.
Francisco – Evangelii Gaudium (2013) y Laudato Si (2015)
Nos encontramos en un contexto histórico donde el deterioro ambiental es global, con efectos laborales perniciosos de algunas innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la inequidad en la disponibilidad y el consumo de energía y de otros servicios, la fragmentación social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, la pérdida de identidad. Sin embargo hay una creciente sensibilidad con respecto al ambiente y al cuidado de la naturaleza.
La exhortación apostólica Evangelii Gaudium, sin ser un documento social, no sólo contiene numerosas afirmaciones sobre temas sociales y económicos, sino que enuncia novedosos principios para orientar el desarrollo de la vida social.
Algunos elementos para encuadrar mejor el análisis de los principios sociales podemos encontrarlos en los apartados: “La enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales” y en “La inclusión social de los pobres”.
La exhortación apostólica comienza por reafirmar la dimensión social de la fe, la lucha por la justicia como tarea que también compete a la Iglesia, y por lo tanto, el derecho que asiste a los Pastores de dar su “opinión” sobre las cuestiones sociales, aunque reconociendo que ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones a los problemas contemporáneos, los cuales deben ser objeto de reflexión y discernimiento en las comunidades locales. Remitiendo al Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia para una exposición sistemática de la enseñanza social, prefiere focalizarse en dos problemas: la inclusión social de los pobres y la paz y el diálogo social.
La encíclica Laudato si, a partir de la escucha de la situación a partir de los mejores conocimientos científicos disponibles hoy, recurre a la luz de la Biblia y la tradición judeo-cristiana, detectando las raíces del problema en la tecnocracia y el excesivo repliegue autorreferencial del ser humano.
La propuesta de la Encíclica es la de una ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales, inseparablemente vinculadas con la situación ambiental. En esta perspectiva, propone emprender un diálogo honesto a todos los niveles de la vida social, que facilite procesos de decisión transparentes. Y recuerda que ningún proyecto puede ser eficaz si no está animado por una conciencia formada y responsable, sugiriendo principios para crecer en esta dirección a nivel educativo, espiritual, eclesial, político y teológico.