Nacimiento de Jesús
El nacimiento de Jesús se relata en detalle en el evangelio de san Lucas:
Mientras que en el evangelio de san Mateo se menciona de una forma muy resumida:
Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén (Mt 2,1)
Hacer notar una vez más que los evangelios no son tratados de historia, sino tratados de fe, lo que en ellos se cuenta no es para que se pueda corroborar un hecho histórico, sino que su contenido es lo necesario para conseguir nuestra salvación. Los datos históricos que se indican en el Evangelio de san Lucas han sido históricamente muy discutidos ya que los personajes parece que no coinciden en el mismo periodo histórico, por tanto, fuera del hecho del nacimiento de Jesús, poco más se puede corroborar como histórico.
Lo que san Lucas tiene interés en marcar es el dato principal, acompañándolo de otros secundarios que lo realzan todavía más. El dato principal lo inicia con la forma verbal “egeneto”: “Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada”.
Para los cristianos, el nacimiento de Jesús es un hecho fundamental. Si nosotros ahora tuviésemos que relatar por primera vez este hecho, probablemente, dada su importancia, utilizaríamos frases muy elogiosas y detalles descriptivos impresionantes. Sin embargo, tanto san Lucas como san Mateo describen este evento con una austeridad total, sin adornos ni otras consideraciones que lo exalten, con las palabras justas. Esto debía ser tradicional en las primeras comunidades cristianas, describir con pocas florituras los enunciados básicos de la fe en Jesús.
Si un día llamara a nuestra puerta una pareja de desconocidos pidiéndonos ayuda porque la mujer está encinta y a punto de dar a luz, ¿Cómo reaccionaríamos? ¿Les abriríamos nuestra casa? ¿Les atenderíamos? ¿O les cerraríamos la puerta?
María y José eran una pareja de desconocidos en Belén, sin embargo, fueron acogidos por unas personas que no sabían que el niño que iba a nacer era el Hijo de Dios. Les ofrecieron su sencilla hospitalidad, los cuidados que le hubieran reservado a cualquier mujer de su familia que se encontrara en sus mismas condiciones. Probablemente si hubieran sabido que los que llamaban a la puerta eran los padres del Salvador, el Mesías, el Señor, les hubieran cedido sus mejores habitaciones.
Pero Jesús quiso presentarse de forma anónima, sin carnet de identidad, sin NIE, sin papeles, y nos pide nuestra ayuda, nos pide que le escuchemos y que le acojamos, «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis». Rechazar al hermano es rechazar a Jesús que llama a nuestra puerta, acoger al hermano es hacer un sitio a Jesús para que nazca entre nosotros.
Aprendamos algo de este relato y, antes de dar con la puerta en las narices a quien nos pida que le echemos una mano, pensemos que cada hombre es imagen de aquel Dios que quiso nacer entre nosotros, pobre y necesitado de nuestra acogida. Procuremos que nuestro corazón sea “posada” abierta y que siempre tengamos nuestra mano tendida a las necesidades de los demás.