El Evangelio del Reino de Dios

El anuncio del Evangelio del Reino de Dios, se relata en los evangelios de san Marcos y san Mateo:

Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio». (Mc 1, 14-15)Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:

«Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló».

Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». (Mt 4,12-17)

 
Estas palabras de Jesús, marcan el paso de una época a otra, de una actitud de espera confiada a otra de una realización inmediata. Hace referencia a que el Antiguo Testamento ya se ha cumplido, esa etapa de la revelación de Dios ya ha terminado y comienza un nueva etapa, la plenitud de la revelación en la persona de Jesucristo, que llegará a su fin con la Pascua, Muerte y Resurrección.

La venida del Reino de Dios es algo extraordinario, porque exige un cambio radical: «Convertíos y creed en el Evangelio», un cambio de mentalidad, la vuelta del camino equivocado para tomar el justo.

Es preciso cambiar para adherirse con un corazón nuevo al Evangelio, se requieren cambios tanto internos como externos.

Esta conversión personal implica un compromiso social y eclesial. No es posible convertirse sólo para ser piadosos y cumplir con los preceptos, una conversión sólo para nosotros mismos, sino que es preciso hacer propaganda de lo se ha descubierto y dar a conocer al Dios. Es necesaria la pasión de transformarse y de transformar el mundo en la línea que nos enseña Jesús, es necesario adquirir el compromiso por la renovación de la vida también de los demás. Hay que ir a presentar a una persona hacia la que vale la pena orientar toda nuestra propia vida, Jesucristo. Hay que tener la pasión de convertir a otras personas para la misma causa, para el Reino de Dios, para que Dios sea todo en todos.

También, a esta conversión personal, se responde con una adhesión personal, dispuesta y total. Hay que adherirse con toda la vida y para siempre, no se admiten trabajadores a tiempo parcial. Nos adherimos a una persona, a Jesucristo, no a una filosofía de vida o a un programa político. Por ello, es necesario una vida en comunión con Jesús, y en Él con los demás.

Jesús continúa pasando y llamándonos en nuestra vida diaria para ser discípulos del Reino: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo». Pero Jesús no puede entrar si no le abre la persona que está dentro. Él no quiere gritar, no quiere usar la fuerza, quiere que le abramos libremente y le sigamos. ¿Estás preparado para abrirle la puerta de tu vida y convertirte?

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