Parábola del banquete de bodas
Esta parábola de “El banquete de bodas” aparece en los evangelios de san Mateo y san Lucas:
Jesús le contestó: «Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los convidados: “Venid, que ya está preparado”. Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: “He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor”. Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor”. Otro dijo: “Me acabo de casar y, por ello, no puedo ir”. El criado volvió a contárselo a su señor. Entonces el dueño de casa, indignado, dijo a su criado: “Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”. El criado dijo: “Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio”. Entonces el señor dijo al criado: “Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi casa. Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete”» (Lc 14, 16-24)
En la parábola, el hombre rico que ofrece una cena es un rey, representa a Dios, el Señor de la Historia de la Salvación. Éste es el verdadero protagonista. La cena que ofrece es una cena de bodas, pues se trata del envío de su Hijo a la tierra como esposo de la Iglesia para comenzar el banquete escatológico.
Hay tres grandes llamadas a este banquete de bodas. Las dos primeras están dirigidas a los invitados, es decir, a personas a las que ya se les ha invitado anteriormente y que debían estar preparadas esperando el momento concreto en que se les avise para ir. La primera fue la dirigida al pueblo judío por los profetas, que fue rechazada; la segunda es la hecha por Jesús y los apóstoles, que fueron igualmente rechazados e incluso asesinados por los judíos contemporáneos, por lo que Dios destruyó su ciudad, Jerusalén; finalmente hay una tercera llamada realizada por los apóstoles y dirigida a los no previamente invitados, que se encuentran fuera de la ciudad: los gentiles. Éstos respondieron positivamente.
El número de los invitados por Jesús al Reino de Dios es grande, puesto que la voluntad de Dios es que el Reino esté al alcance de todos. Sin embargo, el número de los elegidos, los que acuden al encuentro de Dios, los que alcanzan realmente la salvación, es pequeño. No basta una simple acogida al llamamiento de Jesús, hay que responder con frutos de justicia, llevando el vestido de bodas blanco, la vestidura de los justos, para no ser expulsados del banquete en la visita del juicio final.
La moraleja: no basta con ser invitados, hay que responder para ser escogidos. Todo el pueblo judío fue invitado, pero sólo algunos pocos (los que se convirtieron y formaron la Iglesia) han sido escogidos. Igual sucede con los cristianos, son muchos los que forman parte de la comunidad, pero no todos están respondiendo y no serán escogidos en el juicio final.
Nosotros, los invitados en virtud del bautismo, ¿nos hemos convertido en paganos a causa de nuestro modo de vivir mundano? ¿Hemos rechazado con nuestra conducta, la invitación que nos hace el Señor de acudir a la Eucaristía? ¿Nos presentamos a la Eucaristía con un traje no apropiado, negro como nuestra alma por los pecados cometidos, o, por el contrario, acudimos vestidos con un traje blanco como nuestra alma, limpios de pecado por la Confesión?