Parábola de la cizaña
Esta parábola de “La cizaña” aparece sólo en el evangelio de san Mateo:
Jesús explica, por medio de esta parábola, la realidad del Reino de Dios, tan diferente de las expectativas de los discípulos, desconcertados y tal vez decepcionados por las resistencias y las oposiciones encontradas por el Maestro. Jesús les hace comprender que el Reino está presente y crece, aunque su desarrollo esté obstaculizado por la cizaña, es decir, por la acción del maligno.
El mundo es el campo donde el Señor siembra continuamente la semilla de su gracia. Pero el diablo existe, la Sagrada Escritura nos habla de él desde el primer libro, el Génesis, hasta el último, el Apocalipsis. El demonio tiene como cometido sofocar el trigo, arrojando en nuestro corazón la cizaña de las tentaciones del pecado, tratando de arrancar de los corazones el bien que ha sido sembrado en ellos por Dios.
Por eso, en el Padrenuestro, que es la plegaria del reino de Dios, dirigiéndonos al Padre, le pedimos con la fuerza de la fe que no nos deje caer en la tentación y que nos libre del mal, del Maligno.
Esta parábola es una invitación a la paciencia ante la presencia del mal en medio del Reino de Dios. Donde siembra Dios, siembra también Satanás, el mal y el bien coexisten, y la separación entre lo bueno y lo malo tendrá lugar sólo en el momento de la siega. Dios se reserva el juicio, ya que sólo él conoce los corazones, y el juicio será tanto para los hijos del Reino como a los hijos del Maligno. El campo en el que están sembrados el buen grano y la cizaña es el mundo.
Pidamos en nuestras oraciones, que no suceda nunca que nosotros produzcamos como fruto semejante cizaña, acogiendo con nuestra indolencia la semilla del maligno en nuestros corazones. Que suceda, más bien, que produzcamos el treinta, el sesenta y el ciento por Cristo en frutos de trigo cultivados en nosotros mediante el Espíritu: frutos que consisten en caridad, alegría, paz, benignidad, bondad, magnanimidad, fe, mansedumbre, continencia,…