Festividad de Santa Teresa de Jesús (15 de octubre)

Queridos hermanos:

Teresa de ahumada, nace en el seno de una familia numerosa (9 hermanos y 3 hermanas), desde muy pequeña, leyendo la vida de los mártires, desea el martirio, llegando incluso, con nueve años,  a huir de casa con el deseo de morir mártir y así subir al cielo para ver a Dios.

Al quedar huérfana de madre, a los 12 años, le pide a la Virgen María que sea su madre. En su adolescencia, la lectura de libros de espiritualidad franciscana, le enseñan el recogimiento y la oración. A los 20 años, entra en el monasterio carmelita de la Encarnación, en Ávila y toma el nombre de Teresa de Jesús. Tres años después, enferma gravemente, incluso llega a permanecer cuatro días en coma, aparentemente muerta. Ya toda su vida se ve envuelta en enfermedad que le marcará profundamente su espiritualidad.

Con 47 años funda en Ávila el primer Convento del Carmelo reformado de los muchos que irá fundando a lo largo de su vida. En 1582, con 67 años, muere en Alba de Tormes diciendo «Ya es hora, Esposo mío, de que nos veamos».

Teresa de Jesús no tenía una formación académica, pero siempre sacó provecho de las enseñanzas de teólogos, literatos y maestros espirituales. Se alimentaba con la lectura de los Padres de la Iglesia, san Jerónimo, san Gregorio Magno, san Agustín, y mantuvo una fuerte relación de amistad con san Juan de la Cruz.

Entre sus obras más famosas están su autobiografía, titulada Libro de la vida, que ella llama Libro de las misericordias del Señor; Camino de perfección, que ella llama Avisos y consejos que da Teresa de Jesús a sus hermanas; y el Castillo interior.

En su espiritualidad, santa Teresa propone las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana, en particular, el desapego de los bienes o pobreza evangélica; el amor mutuo como elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad como amor a la verdad; la determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva. Sin olvidar las virtudes humanas: afabilidad, veracidad, modestia, amabilidad, alegría, cultura. También subraya lo esencial que es la oración: rezar, dice, significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama». Para santa Teresa, la vida cristiana es relación personal con Jesús, que culmina en la unión con él por gracia, por amor y por imitación. De aquí la importancia de la meditación de la Pasión y de la Eucaristía, como presencia de Cristo en la Iglesia.

Queridos hermanos, hoy, la Palabra de Dios que acabamos de proclamar, nos invita a reflexionar sobre la verdadera sabiduría, esa que no se encuentra en los libros ni en los logros mundanos, sino en un corazón abierto y humilde.

La primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, nos habla de la Sabiduría divina como una madre o esposa amorosa que sale al encuentro de los que la buscan “Ella le sale al encuentro como una madre y lo acoge como una joven esposa. Lo alimenta con pan de inteligencia y le da a beber agua de sabiduría”.

Es una imagen llena de ternura, de cuidado maternal. Esta Sabiduría no es fría ni lejana; más bien, está cercana, guía y protege a aquellos que la anhelan, les da de comer y de beber, los llena de alegría y confianza.

Este mensaje es muy oportuno en el día en que celebramos a Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia. Teresa, fue una mujer sencilla y sin una formación académica formal, pero sin embargo es un faro de sabiduría espiritual para toda la Iglesia. ¿Cómo es posible? Porque supo abrir su corazón a la verdadera Sabiduría, esa que no se adquiere con méritos humanos, sino que es un don de Dios. Adquirida en la oración, en el trato personal con Jesús, y en la Eucaristía.

Por otro lado, el Evangelio de hoy, tomado de san Mateo, nos recuerda que Jesús agradece al Padre que las cosas del Reino, no han sido reveladas a los sabios y entendidos del mundo, sino a la gente sencilla. Es un recordatorio de que la verdadera sabiduría no se encuentra en el orgullo ni en la autosuficiencia. Jesús nos enseña que el camino hacia el conocimiento profundo de Dios pasa por la humildad, por un corazón que sabe depender de Dios, que reconoce su pequeñez.

Santa Teresa es un ejemplo perfecto de esta verdad. A pesar de no tener títulos ni formación formal, supo escribir obras de una riqueza espiritual inmensa, llenas de enseñanzas que siguen iluminando a los creyentes hasta hoy. Santa Teresa no confiaba en sus propios talentos, pero sí en la obra que Dios realizaba en ella. Se dejó guiar por la Sabiduría de lo alto, y gracias a ello, su vida y sus escritos nos han dejado un legado imborrable.

Ella misma decía: “Solo Dios basta”. Esta frase sencilla resume lo que hoy celebramos: la verdadera sabiduría, la que nos llena de alegría, confianza y paz, es aquella que brota de una vida vivida en intimidad con Dios, una vida que se reconoce pequeña y necesitada, pero al mismo tiempo inmensamente amada y protegida por Dios.

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Esta llamada de Jesús es una invitación a descansar en Él, a poner nuestra confianza en su infinita misericordia. Nos dice que Él no nos impone cargas pesadas, sino que, cuando aceptamos su yugo, lo hacemos con la certeza de que será llevadero. Nos pide que aprendamos de su mansedumbre y humildad de corazón, y es precisamente en esta humildad donde encontramos la verdadera sabiduría. Santa Teresa lo vivió profundamente: a través de su humildad, de su abandono confiado en Dios, encontró descanso para su alma y nos dejó un testimonio lleno de luz.

Queridos hermanos, pidamos hoy, por intercesión de Santa Teresa, el don de la verdadera sabiduría, esa que se nos da cuando somos como niños, sencillos de corazón, abiertos a la acción de Dios. Que la Sabiduría divina nos llene de confianza y de paz, y que, como a Santa Teresa, nos impulse a irradiarla en nuestras vidas.

Ahora, queridos hermanos, la Sabiduría de Dios, nos invita a su mesa, se hace presente de manera plena y real en el sacramento del altar. Aquí Dios mismo nos sale al encuentro como una madre que alimenta a sus hijos. Jesús se nos da como alimento y bebida, como la Sabiduría que guía y fortalece nuestra vida, que nos llena de paz y de confianza.

Al acercarnos al altar, recordemos que estamos recibiendo el mayor de los dones, el mismo cuerpo y sangre de Cristo, fuente de toda sabiduría y amor. Que este encuentro con Él en la Eucaristía nos transforme, como transformó a Santa Teresa, y nos permita irradiar su sabiduría en nuestras vidas y en el mundo.

Que así sea.

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