La Biblia – El Libro de Isaías
El libro de ISAÍAS es el más extenso de los escritos proféticos. En él se encuentran reunidos los oráculos que pronunció aquel gran profeta del siglo VIII a. C., y algunos relatos referentes a su actividad. Pero también contiene muchos otros escritos provenientes de épocas posteriores. A lo largo de varios siglos, los discípulos y continuadores del profeta trabajaron en la redacción de esta obra densa y compleja, que lleva el nombre de Isaías. En líneas generales, la obra consta de tres grandes partes, que corresponden a tres etapas distintas de la historia de Israel.
La primera sección (caps. 1-39) proviene en su mayor parte del mismo profeta Isaías, aunque también contiene algunos fragmentos de origen diverso, en especial, el llamado “Apocalipsis de Isaías” (caps. 24-27) y el epílogo sobre la actividad del profeta en tiempos del rey Ezequías (caps. 36-39).
La segunda sección (caps. 40-55) tiene un trasfondo histórico muy distinto. Cuando el Pueblo judío estaba desterrado en Babilonia, un profeta anónimo dirigió un mensaje de esperanza a los exiliados, anunciándoles su próxima liberación. Los oráculos de este profeta fueron luego incorporados al libro de Isaías, y a su autor se lo designa habitualmente con el nombre de “Déutero Isaías” o “Segundo Isaías”.
La tercera sección (caps. 56-66) reúne una colección de oráculos pronunciados por varios profetas de la escuela de Isaías, cuando el “Resto” de Israel ya había regresado del exilio y trataba de instalarse nuevamente en la Tierra de sus antepasados.
A pesar de su enorme complejidad literaria, el libro de Isaías es mucho más que una simple recopilación de oráculos provenientes de épocas y autores diversos. Hay en él ciertos temas que se repiten con insistencia: la santidad de Dios, la necesidad de la fe, el “Resto” de Israel, la esperanza mesiánica, la gloria futura de Jerusalén. El hecho de que escritos tan variados hayan sido puestos bajo el nombre de Isaías atestigua la gran influencia ejercida por este profeta y la importancia de su obra. Dicha influencia se extiende incluso hasta el Nuevo Testamento. Ningún otro libro del Antiguo Testamento es tan citado como este, para mostrar que Jesús es el Mesías prometido y esperado.
Isaías era originario de Jerusalén y pertenecía a una familia de elevada posición social. Por su maestría en el uso del lenguaje poético y por su sensibilidad para los asuntos políticos y dinásticos, se puede pensar que recibió una educación esmerada, en estrecho contacto con las escuelas de escribas y “sabios” donde se formaban los funcionarios de la corte real. Comenzó su actividad profética cuando aún era relativamente joven, y continuó ejerciéndola, con períodos intermitentes, durante no menos de cuarenta años.
Hacia el año 740 a. C., una grandiosa visión en el Templo cambió por completo el curso de su vida. En ese momento se le manifestó con toda su fuerza estremecedora la “santidad” del Dios viviente. Anonadado por esta visión, Isaías tomó conciencia de su propia indignidad y comprendió hasta qué punto sus compatriotas se habían alejado del Señor. Esta experiencia es la “clave” para entender toda su misión profética.
El mensaje de Isaías está íntimamente ligado con los acontecimientos de su época. Asiria había reafirmado su poderío y trataba de formar un vasto imperio, extendiendo su dominación hasta la costa oriental del Mediterráneo. Este intento chocaba contra las ambiciones de Egipto, que no quería perder su influencia sobre Siria y Palestina. Al verse entre dos fuegos, el reino de Judá trató de conjurar el peligro mediante una política fluctuante, inclinándose alternativamente hacia uno y otro lado.
Con una tenacidad inquebrantable, Isaías se opuso a todas estas maniobras políticas. Para él, la única actitud debida ante el Dios santo que habita en Sión, es la renuncia a toda seguridad fundada en la astucia política o en la fuerza de las armas. Sólo la fe en el Señor –una fe que por momentos puede parecer absurda– puede salvar a Judá. Nada de lo que acontece en el mundo escapa a la soberanía de Dios, que dirige el destino de los pueblos conforme a un “plan” oculto, muchas veces desconcertante, pero siempre más sabio que la sagacidad de los hombres. Aún en los momentos de mayor peligro, Isaías promete a Jerusalén la liberación, con tal de que ponga toda su confianza en el Señor.
Isaías es el gran “clásico” de la poesía bíblica. Su expresión es clara, sobria y vigorosa. Pero él es, sobre todo, el más grande de los profetas mesiánicos. Su fe está profundamente arraigada en la tradición davídica. La dinastía de David ha sido establecida para siempre en Jerusalén, que no sólo es el centro de Judá y de Israel, sino el punto hacia el que convergerán todas las naciones de la tierra (2. 1-6). El Mesías anunciado por Isaías es un descendiente de David, que hará reinar la justicia y la paz sobre la tierra (7. 10-17; 9. 1-6; 11. 1-9). Sin embargo, antes de interpretar estos textos en la plenitud del sentido que les confiere el Nuevo Testamento, es preciso comprenderlos en el sentido más modesto que tuvieron en su origen, cuando Israel sólo podía vislumbrar oscuramente el imprevisible cumplimiento de estos oráculos mesiánicos en la persona y en la obra de Jesús.