Las Bienaventuranzas
Las Bienaventuranzas se relatan en el evangelio de san Mateo y san Lucas:
Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros. (Mt 5, 1-12)
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero ¡ Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo ! ¡ Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre ! ¡ Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis ! ¡ Ay si todo el mundo habla bien de vosotros ! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas. (Lc 6,20-26)
Jesús proclama solemnemente las bienaventuranzas, donde por un lado anuncia el Reino de Dios, que ya ha llegado como salvación de los males de la vida del ser humano; y por otra presenta el ideal del verdadero discípulo de Cristo. Jesús anuncia la Buena Noticia de que la felicidad no está en la riqueza y el poder, sino en la pobreza. Aquellos a quienes desprecia el mundo, los últimos, son dichosos, porque su indigencia les hace abrirse y acoger el don de Dios.
Siguiendo el camino trazado por Jesús, viviendo el Evangelio, la pobreza, el hambre y la sed de hacer la voluntad de Dios, la humildad, la compasión…, los pobres, los humildes, los tristes… cambian de rostro, de experiencias de pobreza pasan a ser actos de amor, de libre renuncia de sí mismos por amor a Cristo y por el bien de los demás.
Sin embargo, hay que tener siempre en cuenta que es Dios el que da sentido a la historia humana y no tanto a lo que el ser humano debe o no debe hacer. Sin duda, debemos asumir actitudes evangélicas concretas y un estilo preciso de vida y de fe, si queremos abrirnos a un destino de bienaventuranza. Pero se trata de un misterio de la gracia de Dios, de su bondad y de su misericordia que sobrepasa toda perspectiva, expectativa y juicio humanos.
¿Queremos ser dichosos, bienaventurados? Pues entonces busquemos en el fondo de nuestros corazón ser pobres, no como carentes de algo, sino como cualidad del espíritu. No se trata de vaciar nuestras manos, nuestras cabezas, nuestros corazones…, sino en hacer sitio en nuestras manos, nuestras cabezas y nuestros corazones al Reino de los Cielos. Así seremos capaces de dar prioridad a las personas sobre las cosas.