Lucas 21,1-4 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia
1 Alzando los ojos, vio a unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; 2 vio también una viuda pobre que echaba dos monedillas, 3 y dijo: «En verdad os digo que esa pobre viuda ha echado más que todos, 4 porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Beda
1-2. En griego julaxai quiere decir conservar, y gaza, que procede del idioma persa, significa riquezas. De aquí que se llame gazofilacio aquel sitio en que se guarda el dinero. Era éste un arca que tenía encima un agujero, colocada junto al altar, a la derecha de los que entraban en la casa del Señor, en la que ponían los sacerdotes que guardaban las ofrendas todo el dinero que se daba para el templo del Señor. Así como el Señor arrojó a los que traficaban en su casa, así ahora se fija en los que ofrecen sus dones: al que ve digno lo alaba y al culpable lo condena. Por esto sigue: “Y vio también una viuda pobre que echaba dos pequeñas monedas”.
3-4. Es aceptable en la presencia del Señor todo lo que se ofrece con buen fin; porque El acepta el corazón más que la ofrenda, se fija en el valor del sacrificio y no en el valor de lo que se le ofrece. Por esto sigue: “Porque todos éstos han echado para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta ha echado todo su sustento”.
En sentido espiritual, los ricos que echaban sus ofrendas en el gazofilacio representaban a los judíos enorgullecidos de la justicia de la ley, y la viuda pobre representaba la sencillez de la Iglesia, que suele llamarse pobrecita porque rechazó al espíritu de soberbia y el pecado, como las riquezas del mundo. Y es viuda porque su esposo ha dado la vida por ella, y ésta ha echado en el gazofilacio dos monedas pequeñas, porque ofrece sus oblaciones delante de Dios -que conserva las ofrendas de nuestras obras-, o porque son prenda del amor de Dios y del prójimo, o de fe y de oración; todo lo cual aventaja a todas las obras de los soberbios judíos. Los judíos ofrecen las limosnas de Dios cuando les sobra porque presumen de su justicia; pero la Iglesia ofrece a Dios toda su subsistencia porque comprende que su vida entera es un don de Dios.
San Cirilo
3-4. Ofrecía dos óbolos, que había adquirido con su trabajo para proporcionarse el alimento necesario. O de otro modo, da a Dios la que todos los días pide limosna, ofreciéndole los frutos de su pobreza; así venció a los demás, y por esto fue coronada por el Señor. Por esto sigue: “Y les dice: En verdad os digo que esta pobre viuda ha echado más…”
Crisóstomo, hom. 1 in epist. ad Heb
3-4. El Señor no mira la cantidad que se le ofrece, sino el afecto con que se le ofrece. No está la limosna en dar poco de lo mucho que se tiene, sino en hacer lo que aquella viuda, que dio todo lo que tenía; pero, si tú no puedes ofrecer lo que la viuda, por lo menos da lo que te sobre.
Teofilactus
También puede llamarse viuda toda alma, que privada de la primitiva ley (como de su primitivo marido) no se cree digna de estar unida con Dios; la cual ofrece al Señor en lugar de arras su fe y su buena conciencia, y por lo tanto parece que ofrece más que los ricos en palabras y más que los que abundan en las virtudes morales de los gentiles.
San Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia
Exhortación: Unió la fe a la misericordia.
Exhortación a las viudas, n. 27s.
«Esa pobre viuda ha echado más que nadie» (Lc 21,3).
En el evangelio de Lucas, el Señor enseña que hay que ser misericordioso y generoso para con los pobres, sin pararse a pensar en la propia pobreza; porque la generosidad no se calcula según la abundancia del patrimonio sino según la disposición a dar. Por eso la palabra del Señor provoca que todos prefieran a esa viuda de la cual se ha dicho: «Esa pobre viuda ha echado más que nadie». En el sentido moral el Señor enseña a todo el mundo que es preciso no dejar de hacer el bien pensando en la vergüenza de la pobreza, y que los ricos no deben gloriarse cuando parece que dan más que los pobres. Una pequeña moneda cogida de unos pocos bienes es más valiosa que la que se saca de la abundancia; no se calcula lo que se da sino lo que queda. Nadie ha dado más que la que no ha guardado nada para sí…
Ahora bien, en el sentido místico es necesario no olvidar a esta mujer que ha tirado dos monedas en el cepillo. Ciertamente, ¡grande es esta mujer que, por el juicio de Dios, mereció ser preferida a todos! ¿No será que ella ha sacado su fe de los dos Testamentos que son en beneficio de los hombres? Nadie hizo más, ni ningún hombre ha podido igualar la grandeza de su don, puesto que ella unió la fe a la misericordia. También tú, quienquiera que seas…, no dudes de llevar al cepillo dos monedas llenas de fe y de gracia.
San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia
Sermón: La pobreza no es un pretexto para rehusar la conversión.
Sermón sobre el diablo tentador.
«Lo ha sacado de su indigencia» (Lc 21,4).
He aquí los cinco caminos de conversión: primero la reprobación de nuestros pecados, después el perdón concedido a las ofensas del prójimo; el tercero consiste en la oración; el cuarto en la limosna; el quinto en la humildad. No te quedes, pues, inactivo, sino que sigue cada día todos estos caminos; son caminos fáciles y no puedes poner como pretexto tu miseria.
Porque, aunque tú vivas en la mayor pobreza, puedes abandonar tu cólera, practicar la humildad, orar asiduamente y reprobar tus pecados; tu pobreza no es obstáculo para nada de ello. Si es verdad que en este camino de conversión se trata de dar sus riquezas, la misma la pobreza no nos impide de cumplir el mandamiento. Lo vemos claramente en la viuda que daba sus dos pequeñas monedas.
Ahí tenemos cómo curar nuestras heridas; apliquemos el remedio. Retornados a la verdadera salud, acerquémonos apresuradamente a la mesa santa y con gran gloria vayamos al encuentro del rey de la gloria, Cristo. Obtengamos los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la bondad de Jesucristo nuestro Señor.
San Francisco de Sales, obispo
Tratado: Moneda a moneda aumenta el tesoro.
Tratado del Amor de Dios VII, 13. Tomo IV, 171.
«Vio también una viuda, pobre, que echaba dos reales….» (Lc 21,1-4).
Así como en el tesoro del Templo apreciaron las dos monedas de la pobre viuda y, en efecto, moneda a moneda es como van aumentando los tesoros y aumentando su valor, así las menores obras buenas, incluso hechas con desgana y no según toda la fuerza que da la caridad de cada uno, tampoco dejan de ser agradables a Dios y de tener su valor ante Él.
Pues si bien de por sí mismas no pueden hacer aumentar el amor precedente, pues tienen menos vigor que él, la Providencia divina, por su bondad, tiene en cuenta y valora todo, y las recompensa enseguida por un crecimiento de la caridad, ya en el presente, y por un aumento de gloria en el cielo para el futuro.
Teótimo, las abejas hacen la deliciosa miel, que es obra de gran precio, pero también hacen la cera y también ésta tiene su valor y es un buen trabajo.
El corazón enamorado ha de tratar de hacer sus obras con todo fervor y mucho interés, a fin de aumentar así su caridad, pero si sus obras son pequeñas tampoco perderá la recompensa, pues también le agradan a Dios y por ellas también Dios le amará cada vez un poco más, el que las hace.
Así es el amor que Dios tiene a nuestras almas y el deseo que tiene de que crezcamos en el amor que nosotros le debemos; su divina suavidad nos convierte todo en bien, todo lo transforma en ventaja para nosotros; dispone que todas nuestras tareas sean en provecho nuestro, por pequeñas y humildes que sean.
San Paulino de Nola, obispo
Carta: Pensaba en la vida futura.
Carta 34, 2-4; PL 61, 345-346.
«Ella dio todo lo que tenía para vivir» (Lc 21,4).
Acordémonos de esta viuda que se olvidaba de sí misma para socorrer a los pobres, hasta dar todo lo que le quedaba para vivir, pensando sólo en la vida futura, como lo dice el mismo Señor. Los otros habían dado de lo que les sobraba, pero ella, más pobre quizá que muchos pobres, ya que su fortuna se reducía dos piezas de moneda, en su corazón era más rica que todos los ricos.
Ella sólo miraba las riqueza perdurables. Deseosa de los tesoros celestiales, renunciaba a todo lo que ella poseía como bienes que vienen de la tierra y a ella vuelven. (Gn 3,19) Daba lo que tenía para poseer lo que no tenía. Daba de los bienes perecederos para adquirir bienes inmortales. Esta pobre mujercilla no había olvidado los medios previstos y dispuestos por Nuestro Señor para obtener la recompensa futura. Por esto, el Señor tampoco la olvida, y como juez del mundo ha pronunciado por adelantado la sentencia: hace el elogio de aquella que será coronada en el día del juicio.
Youssef Bousnaya, monje sirio
Escritos: Intención recta.
Vida y doctrina de Rabban Youssef Bousnaya por Jean Bar Kaldoum.
«Vio también a una viuda indigente» (Lc 21,2).
La misericordia no merece tan sólo ser alabada por la abundancia de favores, sino cuando procede de un pensar recto y misericordioso. Hay personas que dan y distribuyen mucho pero que no son consideras misericordiosas delante de Dios, y hay personas que no tienen nada, que no poseen nada, pero en su corazón se apiadan de todos. Estos, delante de Dios son considerados como perfectos misericordiosos y, en efecto, lo son. No digas, pues: “No tengo nada que dar a los pobres”; no te aflijas pensando que a causa de ello no puedes ser misericordioso. Si tienes algo, da eso que tienes; si no tienes nada, da, aunque sólo sea un pedazo de pan seco, con una intención verdaderamente misericordiosa y esto, delante de Dios, será considerado como misericordia perfecta.
Nuestro Señor, no ha loado a los que tiraban mucho en el cepillo; ha alabado a la viuda por haber echado dos pequeñas piezas que, con recta intención, había sacado de su indigencia para echarlas en el tesoro de Dios. Es reputado misericordioso delante de Dios el hombre que tiene piedad de sus semejantes; una intención recta sin efectos visibles es mejor que muchas obras notorias sin recta intención.
Beato Charles de Foucauld, ermitaño
Meditación: Me abandono a ti.
Meditaciones sobre los evangelios respecto a las principales virtudes (1896).
«Lo dio todo» (Lc 21,4).
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” (Lc 23,46) Esta es la última oración de nuestro Maestro, nuestro Amado. ¡Ojala sea también la nuestra! No sólo la oración de nuestro último instante sino la de todos los instantes.
“Padre mío, a tus manos me encomiendo, Padre mío, me confío a ti, Padre mío, me abandono a ti. Padre mío, haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy gracias, te doy gracias por todo.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, te doy gracias por todo, con tal que se haga en mí tu voluntad, oh Dios, con tal que se haga tu voluntad en todas tus criaturas, en todos tus hijos, en todo lo que tú amas.
No anhelo nada más, Dios mío. Entrego mi espíritu a tus manos, te lo doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te quiero y me lo exige el amor que te tengo: abandonar todo, sin medida, entre tus manos. Me confío a ti, con inmensa confianza porque tú eres mi Padre”.
Meditación: No despreciemos a los pobres.
Meditaciones sobre los santos evangelios, Nazaret 1897-98, n. 263.
«Todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella… ha echado todo lo que tenía para vivir» (Lc 21,4).
¡Qué bueno eres, Dios mío! Si hubieras llamado primero a los ricos, los pobres no se habrían atrevido a acercársete; se habrían considerado obligados a quedarse aparte a causa de su pobreza; te habrían mirado de lejos, dejando que te rodearan los ricos. Pero Tú llamaste a todo el mundo, a todo el mundo: a los pobres, les has mostrado hasta el fin de los siglos, que son los primeros escogidos, los favoritos, los privilegiados; los ricos, por una parte, no son tímidos, por otra depende de ellos llegar a ser pobres como los pastores. En un minuto, si quieren, si tienen el deseo de ser semejantes a Tí, si temen que sus riquezas los aparten de Tí, pueden llegar a ser perfectamente pobres.
¡Qué bueno eres! ¡Has escogido el mejor medio para atraer a todos tus hijos, sin excepción alguna! Y qué bálsamo pusiste hasta el final de los siglos en el corazón de los pobres, pequeños, despreciados del mundo, mostrándoles desde tu nacimiento que son tus privilegiados, tus favoritos, los primeros escogidos, siempre llamados a estar a tu alrededor, tú que quisiste ser uno de los suyos y estar desde tu cuna y toda tu vida rodeado de ellos.
No despreciemos a los pobres, los pequeños…; no son tan sólo nuestros hermanos en Dios, sino que son los que más perfectamente imitan a Jesús en su vida exterior. Nos representan perfectamente a Jesús, el Obrero de Nazaret. Son los primeros entre los elegidos, los primeros que fueron llamados a acudir a la cuna de Jesús. Fueron la compañía habitual de Jesús desde su nacimiento hasta su muerte; pertenecían a esta clase María y José y los apóstoles… Lejos de menospreciarlos, honrémosles, honremos en ellos las imágenes de Jesús y de sus padres santos; en lugar de desdeñarlos, admirémoslos… Imitémoslos y, puesto que vemos que su condición es la mejor, es la que ha escogido Jesús para sí mismo, para los suyos, la que ha sido llamada la primera a ir a su cuna, la que mostró en actos y palabras…, abracémosla…
Seamos obreros pobres como él, como María, José, los apóstoles, los pastores, y si algún día nos llama al apostolado, permanezcamos en esta condición de vida, tan pobres como él mismo quiso serlo, tan pobres como lo fue siempre san Pablo, «su fiel imitador» (cf 1Co 11,1).
No dejemos jamás de ser pobres en todo, hermanos de los pobres, compañeros de los pobres, seamos, como Jesús, los más pobres de entre los pobres, y como él, amemos a los pobres y vivamos rodeados de ellos.
Escritos: Darse todo, porque Cristo se ha dado todo.
Retiro de Nazaret, 11 noviembre 1897.
«Ha echado más que todos» (Lc 21,3).
Mi Señor Jesús, qué pronto se hará pobre quién amándoos de todo corazón, no pueda soportar ser más rico que su Bienamado… Mi Señor Jesús, qué pronto se hará pobre, quien pensando que todo lo que se hace a uno de estos pequeños, es a Vos a quien se hace (Mt 25,40.45), que todo lo que no se les hace, es a Vos a quien no se hace, aliviará todas las miserias a su alcance… Qué deprisa se hará pobre, quien reciba con fe vuestras palabras: «Si queréis ser perfectos, vended lo que tenéis, y dádselo a los pobres… Bienaventurados los pobres… Todo aquel que deje sus bienes por mi, recibirá aquí abajo, cien veces más y en el cielo la vida eterna…» (Mt 19,21.29; 5,3). Y tantas otras.
¡Dios mío, no sé si es posible a algunas almas veros pobres y seguir a gusto siendo ricas, verse mayores que su Maestro, que su Bienamado, no quererse parecer a Vos en todo lo que de ellas depende y sobre todo en vuestras humillaciones; yo creo que ellas os aman, Dios mío, y sin embargo creo que falta algo a su amor, y en todo caso yo no puedo concebir el amor sin una necesidad, una imperiosa necesidad de conformación, de semejanza, y sobre todo de compartir todas las penas, todas las dificultades, todas las durezas de la vida… Ser rico, a mi gusto, vivir tranquilamente de mis bienes, cuando Vos habéis sido pobre, machacado, viviendo penosamente de un trabajo rudo! Yo no puedo, Dios mío… Yo no puedo amar así.
«No conviene que el criado sea mayor que el Amo» (Jn 13,16), ni que la esposa sea rica, cuando el Esposo es pobre… a mí me resulta imposible entender el amor, sin la búsqueda de la semejanza… sin la necesidad de compartir todas las cruces…
San Juan Pablo II, papa
Catequesis (28-03-1979): Valor interior del don.
Audiencia general, 28-03-1979, n. 3.
3. Ciertamente Cristo no quita la limosna de nuestro campo visual. Piensa también en la limosna pecuniaria, material, pero a su modo. A este propósito, es más elocuente que cualquier otro, el ejemplo de la viuda pobre, que depositaba en el tesoro del templo algunas pequeñas monedas: desde el punto de vista material, una oferta difícilmente comparable con las que daban otros. Sin embargo, Cristo dijo: “Esta viuda… echó todo lo que tenía para el sustento” (Lc 21, 3-4). Por lo tanto, cuenta sobre todo el valor interior del don: la disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos.
Recordemos aquí a San Pablo: “Si repartiere toda mi hacienda… no teniendo caridad, nada me aprovecha” (1 Cor 13, 3). También San Agustín escribe muy bien a este propósito: “Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada, en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aún cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna” (Enarrat. in Ps. CXXV, 5).
Aquí tocamos el núcleo central del problema. En la Sagrada Escritura y según las categorías evangélicas, “limosna” significa, ante todo, don interior. Significa la actitud de apertura “hacia el otro”. Precisamente tal actitud es un factor indispensable de la “metánoia”, esto es, de la conversión, así como son también indispensables la oración y el ayuno. En efecto, se expresa bien San Agustín: “¡Cuán prontamente son acogidas las oraciones de quien obra el bien!, y ésta es la justicia del hombre en la vida presente: el ayuno, la limosna, la oración” (Enarrat. in Ps. XLII, 8): la oración, como apertura a Dios; el ayuno, como expresión del dominio de sí, incluso en el privarse de algo, en el decir “no” a sí mismos; y, finalmente, la limosna, como apertura “a los otros”. El Evangelio traza claramente este cuadro cuando nos habla de la penitencia, de la metánoia. Sólo con una actitud total —en relación con Dios, consigo mismo y con el prójimo— el hombre alcanza la conversión y permanece en estado de conversión.
La “limosna” así entendida tiene un significado, en cierto sentido, decisivo para tal conversión. Para convencerse de ello, basta recordar la imagen del juicio final que Cristo nos ha dado:
“Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 35-40).
Discurso (28-03-1979): ¿Qué significa la limosna?
Discurso a los jóvenes, 28-03-1979.
…La práctica de la limosna está recomendada en todo el texto sagrado, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento; desde el Pentateuco a los Libros Sapienciales, desde el Libro de los Hechos a las Cartas Apostólicas. Pues bien, a través de un estudio de la evolución semántica de la palabra, sobra la que se han formado incrustaciones menos genuinas, debemos volver a encontrar el significado verdadero de la limosna, y sobre todo la voluntad y la alegría de dar limosna.
Limosna, palabra griega, significa etimológicamente compasión y misericordia. Circunstancias diversas e influjos de una mentalidad restrictiva han alterado y profanado en cierto modo su primigenio significado, reduciéndolo tal vez a un acto sin espíritu y sin amor.
Pero la limosna, en sí misma, se entiende esencialmente como actitud del hombre que advierte la necesidad de los otros, que quiere hacer partícipes a los otros del propio bien. ¿Quién diría que no habrá siempre otro que tenga necesidad de ayuda, ante todo espiritual, de apoyo, de consuelo, de fraternidad, de amor? El mundo está siempre muy pobre de amor.
Definida así, la limosna es acto de altísimo valor positivo, de cuya bondad no está permitido dudar, y que debe encontrar en nosotros una disponibilidad fundamental de corazón y de espíritu, sin la cual no existe verdadera conversión a Dios.
Aun cuando no dispongamos de riquezas y de capacidades concretas para subvenir a las necesidades del prójimo, no podemos sentirnos dispensados de abrir nuestro espíritu a sus necesidades y de aliviarlas en la medida de lo posible. Acordaos del óbolo de la viuda, que echó en el tesoro del templo sólo dos pequeñas monedas, pero juntamente todo su gran amor: «Esta echó de su indigencia todo lo que tenía para el sustento» (Lc 21,4).
San Ireneo, obispo.
Tratado: Libre ofrenda hecha a Dios.
Tratado contra las herejías, Libro 4, cap. 18, nn. 1-2.
1. Por consiguiente, la oblación de la Iglesia que dice el Señor se le ofrece por todo el mundo, es un sacrificio puro y acepto a Dios; no porque El tenga necesidad de nuestro sacrificio, sino porque quien lo ofrece recibe gloria al momento mismo de ofrecerlo, si su oblación es aceptada. Al ofrecer al Rey nuestra oblación le rendimos honor y le mostramos afecto. Esto es lo que el Señor, queriendo que lo hiciésemos con toda simplicidad e inocencia, enseñó a ofrecer diciendo: “Si al presentar tu oblación ante el altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu oblación ante el altar, primero ve a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23-24). Lo propio es, pues, ofrecer a Dios las primicias de su creatura, como dice Moisés: “No te presentarás con las manos vacías en la presencia del Señor tu Dios” (Dt 16,16). De este modo, en las mismas cosas en las cuales el ser humano muestra su gratitud, (1025) Dios reconoce su agradecimiento y recibe el honor divino.
2. No se condena, pues, el sacrificio en sí mismo: antes hubo oblación, y ahora la hay; el pueblo ofrecía sacrificios y la Iglesia los ofrece; pero ha cambiado la especie, porque ya no los ofrecen siervos, sino libres. En efecto, el Señor es uno y el mismo, pero es diverso el carácter de la ofrenda: primero servil, ahora libre; de modo que en las mismas ofrendas reluce el signo de la libertad; pues ante él nada sucede sin sentido, sin signo o sin motivo. Por esta razón ellos consagraban el diezmo de sus bienes. En cambio quienes han recibido la libertad, han consagrado todo lo que tienen al servicio del Señor. Le entregan con gozo y libremente lo que es menos, a cambio de la esperanza de lo que es más, como aquella viuda pobre que echó en el tesoro de Dios todo lo que tenía para vivir (Lc 21,4).
Catecismo de la Iglesia Católica
La pobreza de corazón.
2544 Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a Él respecto a todo y a todos y les propone “renunciar a todos sus bienes” (Lc 14, 33) por Él y por el Evangelio (cf Mc 8, 35). Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (cf Lc 21, 4). El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos.
2545 “Todos los cristianos han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto” (LG 42).
2546 “Bienaventurados los pobres en el espíritu” (Mt 5, 3). Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres, a quienes pertenece ya el Reino (Lc 6, 20)
«El Verbo llama “pobreza en el Espíritu” a la humildad voluntaria de un espíritu humano y su renuncia; el apóstol nos da como ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: “Se hizo pobre por nosotros” (2 Co 8, 9)» (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 1).
Texto extraído de http://www.deiverbum.org