Lucas 21,29-33 – Evangelio comentado por los Padres de la Iglesia
29 Y les dijo una parábola: «Fijaos en la higuera y en todos los demás árboles: 30 cuando veis que ya echan brotes, conocéis por vosotros mismos que ya está llegando el verano. 31 Igualmente vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. 32 En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. 33 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
San Gregorio, in evang. hom. 1
29-31. En cuanto a que el mundo deba ser destruido y despreciado, manifiesta su oportuna comparación cuando dice: “Mirad la higuera y todos los árboles: cuando ya producen de sí el fruto, entendéis que está cerca el estío…” Como diciendo: Así como se conoce que está próximo el verano por el fruto del árbol, así se conocerá la proximidad del Reino de Dios por la destrucción del mundo. En esto se manifiesta que la ruina es el fruto del mundo. Para esto produce; porque así como alimenta a todos con sus semillas, así los consumirá con sus mortandades. Se compara el Reino de Dios con el verano, porque entonces han pasado las nieblas de nuestras riquezas y empiezan a brillar con gran claridad los días del sol eterno.
32. Todo lo predicho recibe el sello de la mayor certidumbre cuando añade: “En verdad os digo que…”
33. “El cielo y la tierra pasarán…” Como diciendo: Todo aquello que para nosotros es durable no lo es eternamente sin mudanza; y todo lo que parece pasar conmigo será fijo y permanente; porque mi palabra que pasa expresa sentencias inmutables y permanentes.
San Ambrosio
29-33. San Mateo, pues, sólo habló de la higuera, pero San Lucas habla de todos los árboles. Mas la higueratiene doble significación: o cuando se enternecen las cosas duras, o cuando complacen los pecados. Y así, cuando los frutos reverdecen en todos los árboles y la higuera aparece fecunda, esto es, cuando toda lengua confiese al Señor y le haya confesado el pueblo judío, debemos esperar la venida del Señor, porque entonces se cogerán los frutos de su resurrección, como en tiempo de verano. O cuando el hombre pecador se vista del orgullo veleidoso y pasajero de la sinagoga, como los árboles de sus hojas, debemos deducir que se aproxima el juicio. Porque Dios se apresura a premiar la fe y a concluir con el pecado.
San Agustín, ad Hesychium epist 80
31. Y cuando dice: “Cuando veáis que suceden estas cosas”, ¿qué podremos entender sino aquellas de que ya hemos hecho mención? Entre ellas se encuentra lo siguiente: “Y entonces verán al Hijo del hombre que viene” (Lc 24,33). Por tanto, cuando se vea esto no habrá llegado ya el Reino de Dios, sino que estará cerca. ¿Y acaso debe decirse que no todas las cosas ya mencionadas deben comprenderse en estas palabras: “Cuando veáis que esto sucede”, sino algunas de ellas, a excepción de lo que se ha dicho, “y entonces verán al Hijo del hombre”? San Mateo ha declarado que no debía exceptuarse nada, diciendo: “Así, vosotros, también cuando viereis todas estas cosas” entre las que se comprende la venida del Hijo de Dios, de modo que entendamos que ahora se verifica en sus miembros como en nubes, o en la Iglesia como en una grande nube.
San Eusebio
29-33. Así como en esta vida el sol (cuando después del invierno vuelve la primavera) fomenta y vivifica con el calor de sus rayos las semillas ocultas en la tierra, transformándolas en su primera forma, de modo que al brotar toman su antigua forma y producen infinitas plantas de variado color, así la gloriosa venida del unigénito de Dios, iluminando al nuevo siglo con sus rayos vivificadores, hará nacer a la luz las semillas sepultadas largo tiempo en el mundo, esto es, las que dormían bajo el polvo de la tierra, produciendo cuerpos mejores que antes; y vencida la muerte, reinará después la vida del siglo nuevo.
También llama así a la generación nueva de la Iglesia santa, manifestando que habrá de durar el pueblo de los fieles hasta el tiempo en que habrá de ver todas estas cosas y contemplará con sus propios ojos el cumplimiento de las palabras del Salvador.
Tito
31. Cerca está el Reino de Dios porque cuando sucede esto todavía no ha llegado el último fin de las cosas; pero ya se prepara, porque la venida del Señor eliminando todos los principados y potestades preparará el Reino de Dios.
Beda
32. Recomienda mucho lo que anuncia de esta manera; y (si es permitido decirlo) estas palabras, “En verdad os digo” son un juramento, porque “amén” quiere decir verdad. Por tanto es la Verdad quien dice: En verdad os digo; y aunque no se expresara así, no puede mentir de ningún modo. Llama generación a todo el género humano, o en especial la raza de los judíos.
33. El cielo que pasará no es el etéreo de las estrellas, sino el aire del que toman el nombre las aves del cielo. Pero si la tierra ha de pasar, ¿cómo dice el Eclesiastés: “Mi tierra subsiste eternamente?” (Ecle 1,4). Pero por una clara razón, el cielo y la tierra pasarán en cuanto a la forma que ahora tienen, pero en cuanto a la esencia subsistirán siempre.
Teofilactus
33. Como les había predicho perturbaciones, guerras y trastornos, tanto de los elementos como de las demás cosas, para que no se sospechase que la misma cristiandad habría de perecer añade: “El cielo y la tierra pasarán; pero mis palabras no pasarán”; como diciendo: y si se conmueven todas las cosas, mi fe no faltará; en lo cual da a entender que la Iglesia será preferida a toda criatura, porque la criatura sufrirá alteración y la Iglesia de los fieles y las predicaciones del Evangelio subsistirán.
San Clemente de Roma, papa
Carta:
Carta a los Corintios, 19-23.
«Sabed que el reino de Dios está cerca» (Lc 21,31).
Fijemos nuestra mirada sobre el Padre y Creador del mundo entero; acojamos sus dones de paz y sus beneficios, magníficos, incomparables. Contemplemos con el pensamiento y consideremos con los ojos del alma la gran paciencia con sus designios; reflexionemos cómo actúa pacíficamente con su creación… Porque derrama sus beneficios sobre toda la creación, pero a nosotros nos los prodiga sobreabundantemente cuando recurrimos a su misericordia…
Pero, amados mío, vigilad que sus numerosos beneficios no se transformen en condena para nosotros si no vivimos de manera digna de él… Consideremos cuán próximo está de nosotros, y que no se le escapa ninguno de nuestros pensamientos ni de nuestras deliberaciones interiores. Es, pues, justo que no abandonemos nuestro puesto contra su voluntad… Que no se nos dirija a nosotros la palabra que dice: «Malditos los que tienen el alma dividida, los que dudan en su corazón, los que dicen: ‘Eso, ya lo escuchábamos en tiempo de nuestros padres; y he aquí que hemos envejecido y nada de esto nos ha ocurrido’. ¡Oh insensatos! Comparaos a un árbol, mirad la planta de una vid. Primero pierde sus hojas, después nace una yema, después una hoja, después una flor, y después de todo ello, el racimo verde, y después llega el racimo maduro.». Fijaos como en poco tiempo ha madurado el fruto del árbol. En verdad ¡así será de rápido y súbito el cumplimiento de su designio! La Escritura da testimonio de ello cuando dice:«Vendrá rápidamente; no tardará» (Is 13,22) y :«El Señor vendrá a su Templo repentinamente, el Santo que esperáis» (Mal 3,1).
San Bernardo, abad
Sermón:
Sermón sobre el Cantar de los Cantares 74,6.
«Cuando veáis realizarse estas cosas, sabed que el reino de Dios está cerca» (Lc 21,31).
“En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28). Dichoso aquel que vive para él, que es movido por él, que vive gracias a él. Me preguntaréis, ya que las huellas de su venida no se pueden descubrir ¿cómo sé yo que está presente? Es porque él es vivo y eficaz (Hb 4,12). A penas llega a mi alma, me despierta de mi sueño. Ha vivificado, excitado y enternecido mi corazón que estaba amodorrado y duro como una piedra (Ez 36,26). Ha empezado a arrancar, a escarbar, a construir y a plantar, a regar mi sequedad, a esclarecer mis tinieblas, a abrir lo que estaba cerrado, a inflamar lo que estaba frío y también a enderezar los caminos tortuosos y allanar lo escabroso de mi alma, (cf Is 40,4) de manera que pueda “bendecir al Señor y que todo lo que hay en mí bendiga su santo nombre” (cf Sal 102,1).
El Verbo-Esposo ha venido a mí más de una vez, sin dar señales de su irrupción… Gracias al movimiento de mi corazón me doy cuenta que está allí. He reconocido su fuerza y su poder porque mis vicios y mis pasiones se apaciguaron. La puesta en discusión o en cuestión de mis sentimientos oscuros me ha conducido a admirar la profundidad de su sabiduría. He experimentado su dulzura y su bondad en el ligero progreso de mi vida. Y viendo “renovándose el hombre interior”, (cf 2Cor 4,16) mi espíritu en lo más íntimo de mí mismo, he descubierto algo de su belleza. Al contemplar todo esto en su conjunto, estremezco ante la inmensidad de su grandeza.
Orígenes, presbítero
Homilía:
1ª homilía sobre el salmo 38.
«El verano está cerca» (Lc 21,30).
«Señor, dame a conocer mi fin y cuál es la medida de mis años, para que comprenda lo caduco que soy» (Sl 38,5). Si me hicieras conocer mi fin, dice el salmista, si me hicieras conocer cuál es el número de mis días, por ahí mismo podré saber lo que me falta. Y es posible que a través de estas palabras quiera también indicar eso: todo oficio tiene una finalidad. Por ejemplo, la finalidad de una empresa constructora es construir una casa; la finalidad de un astillero es construir un buque capaz de enfrentarse con las olas del mar y soportar los azotes de los vientos; y la finalidad de cada oficio es llegar a una cosa parecida a la que el mismo oficio parece inventado. Quizás es así que nuestra vida y la del mundo entero tiene una cierta finalidad con la cual hacemos todo lo que se hace en nuestra vida, o por la cual el mismo mundo ha sido creado o subsiste. El apóstol Pablo se acuerda de esta finalidad cuando dice: «Seguidamente vendrá el fin, cuando entregue el Reino a Dios Padre» (1Co 15,24). Ciertamente que hay que apresurarse hacia este fin puesto que es el precio mismo de la obra por la cual somos creados por Dios.
De la misma manera que nuestro organismo corporal, pequeño y reducido al nacer, es, sin embargo estimulado y tiende al término de su grandeza creciendo en edad, y también así como nuestra alma se expresa primero a través de un lenguaje balbuciente y más claro después para, en fin, llegar a una perfecta y correcta manera de expresión, también es cierto que toda nuestra vida comienza en el presente de esta manera: primero como balbuciente entre los hombres sobre la tierra, pero se acaba y llega a su cumbre en los cielos cerca de Dios.
Por este motivo el profeta desea conocer la finalidad por la cual ha sido hecho para que, mirando el fin, examinando sus días y considerando su perfección, ve todo lo que le falta en relación con este fin hacia el cual tiende… Es como si los que salieron de Egipto hubieran dicho: «Hazme conocer, Señor, mi fin» que es una tierra buena y una tierra santa, «y el número de mis días» por los que ando «para que conozca lo caduco que soy»,y cuánto me falta hasta llegar a la tierra santa que me tienes prometida.
Homilía:
Homilías sobre el Génesis, n. 12,5.
«El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Lc 21,33).
«Bebe el agua de tu cisterna, la que brota de tu pozo, que sean para ti solo» (Pr 5,15.17). Tú que me escuchas, procura tener un pozo y una cisterna que sean tuyos; de manera que, cuando cojas el libro de las Escrituras, llegues a descubrir, también tú, de ti mismo, alguna interpretación. Sí, con lo que has aprendido en la Iglesia, procura beber, también tú, de la fuente que mana de tu espíritu. En el interior de ti mismo está… «el agua viva» (Jn 4,10); hay en ti los canales inagotables y les ríos henchidos del sentido espiritual de la Escritura, con tal que no estén obstruidos por la tierra y los escombros. En este caso, lo que hay que hacer, es cavar y limpiar, es decir, quitar la pereza del espíritu y sacudir el adormecimiento del corazón…
Purifica, pues, tu espíritu para que un día bebas de tus fuentes y saques el agua viva de tus pozos. Porque si has recibido en ti la palabra de Dios, si has recibido de Jesús el agua viva, y si la has recibido con fe, en ti llegará a ser «un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4,14).
Beato Guerrico de Igny, abad cisterciense
Sermón:
1er Sermón para Adviento; PL 185,11: SC 166.
«Sabemos que el reino de Dios está cerca» (Lc 21,31).
“Esperamos al Salvador” (Flp 3,20; liturgia latina). En realidad, es la gozosa esperanza de los justos, de aquellos que esperan «venida en gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13). «¿Cuál es mi esperanza, dijo el justo, no es el Señor?» (Sal 38,8) Luego se vuelve hacia él y exclama:” Lo sé: no defraudarás mi esperanza» (Sal 118,116). De hecho, mi ser está ya a tu lado, ya que nuestra naturaleza, asumida por ti y dada a nosotros, ha sido glorificada en ti. Esto nos da la esperanza de que “toda carne vendrá a ti” (Sal 64,3).
Sin embargo, es con una gran confianza en la espera del Señor, que podemos decir: ” Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y los roban» (Mt 6,20). He depositado todos mis bienes a tus pies: lo sé… «tú me los multiplicarás por cien y además me darás la vida eterna”(Marcos 10,30). Vosotros que sois pobres de espíritu, ¡sois herederos! (Mt 5,3). Porque el Señor dijo: “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt 6,21). Que vuestros corazones le sigan, ¡que ellos sean vuestro tesoro! Poned vuestro pensamiento allí, y que vuestra atención se fije en Dios, para poder decir con el apóstol Pablo: “Nuestra vida está en el cielo; de donde esperamos al Salvador”.
Beato John Henry Newman
Obras:
El mundo invisible, PPS, t. 4, n. 13.
«Mirad la higuera» (Lc 21,29).
La tierra que contemplamos no nos satisface. No es más que un comienzo; no es más que una promesa del más allá; incluso en su mayor alegría, cuando la tierra se abre a todas las flores y muestra todos sus tesoros escondidos de la forma más atractiva, incluso entonces, no nos es suficiente. Sabemos que la tierra encierra en si muchas mas cosas de las que podemos ver. Un mundo de santos y de ángeles, un mundo glorioso, palacio para Dios, la montaña del Señor de los Ejércitos, la Jerusalén celestial, el trono de Dios y de su Cristo, todas las maravillas eternas, preciosas, misteriosas e incomprensibles se esconden detrás de lo que vemos nosotros. Lo que vemos no es más que la corteza de un reino eterno; y sobre ese reino fijamos la mirada de nuestra fe.
Muéstrate, Señor, como en el tiempo de Navidad, cuando te visitaron los pastores; que tu gloria se extienda como las flores y las ramas de los árboles. Todo el esplendor del sol, todo el cielo, las nubes, todo el verdor de los campos, la dulzura del canto de los pájaros no pueden contener el todo. No podremos nunca apropiarnos del todo. Todas estas cosas proceden de un centro de amor y de bondad que es Dios mismo; pero todas estas cosas no son su plenitud, hablan del cielo, pero no son el cielo; no son más que algunos rayos perdidos de su gloria, una débil réplica de su imagen; no son más que las migajas que caen de la mesa.
San Ireneo, Tratado contra las herejías, libro 4, cap. 24, n. 3
Ireneo refuta con textos de la Escritura a algunos herejes que, mal interpretando la Escritura afirmaban que Dios perecerá junto con el cielo y la tierra (v. 33a)
1.1.4. Mala interpretación de los sectarios
3,1. Sin embargo, esos malvados dicen: “Si el cielo es el trono de Dios y la tierra su escabel, y si él ha dicho que los cielos y la tierra pasarán (Lc 21,33), entonces, cuando éstos perezcan, por fuerza perecerá el Dios que sobre ellos se sienta. Por tanto no es el Dios sobre todas las cosas”.
En primer lugar, no saben lo que trono y escabel significan; ni saben lo que Dios es, sino que lo imaginan como un hombre sentado y limitado por ellos, no como el que todo lo contiene. También ignoran el significado de cielo y tierra. Pablo, en cambio, lo sabía: “Pasa la apariencia de este mundo” (1Co 7,31). David resuelve su problema: “Al principio fundaste la tierra, Señor. El cielo y la tierra son obra de tus manos. Ellos pasarán, pero tú permaneces. Todos envejecen como su ropa, los cambiarás como un vestido, porque cambiarán. En cambio tú eres el mismo y tus años no transcurrirán. Los hijos de tus siervos tendrán donde habitar, y su linaje será por siempre firme” (Ps 102,26-29). De este modo mostró claramente qué es lo que perecerá y quién dura para siempre: Dios con sus siervos. Lo mismo Isaías: “Levantad los ojos al cielo y mirad abajo la tierra; porque el cielo se disipará como el humo y la tierra se usará como un vestido. Sus habitantes morirán como ellos, pero mi salvación durará eternamente y mi justicia no se extinguirá” (Is 51,6).
Texto extraído de http://www.deiverbum.org