¿Qué es la fe?
El don de la fe no es algo extraño al hombre, se integra en su naturaleza con gran armonía potenciándola y elevándola.
Toda nuestra vida humana se basa en la fe, en la confianza. Creo en ti, confío en ti, y por eso creo que el plato de comida que me has hecho no está envenenado. Por eso, la mentira, es un pecado gravísimo, destructor, ya que rompe los vínculos de la sociedad. Sin fe y sin confianza no se puede vivir, no puedo vivir con personas de las que no me fio. Las relaciones humanas se basan en la fe, en la confianza, en todas las relaciones está la fe. Relaciones de trabajo, sociales, médicas, etc.
Si luego lo que me han dicho no es verdadero o no es toda la verdad, me enfado. Es normal enfadarse, ya que haces un acto de confianza en esa persona, porque te fías de ella. La pérdida de confianza es tremenda.
También la fe provoca el proceso y progreso del conocimiento. Esta afirmación sí que choca con la mentalidad cientificista. Las conclusiones, adquisiciones, que se obtuvieron antes, te proporcionan una base donde tú seguir desarrollando, así es como avanza la humanidad. Si tú no te apoyas en el avance que otros han hecho, sería imposible el avance. Cualquier ciencia que no se apoye en los resultados anteriores, no podrá seguir progresando.
Por otro lado, en toda fe hay un encuentro personal que abarca la totalidad de la persona. “Yo creo”, significa “yo creo en ti”, “confío en lo que tú me dices”. La fe es la puerta de entrada al conocimiento del otro. Mediante la fe, se establece un vínculo, una relación, un encuentro. Dos personas se encuentran cuando abren su intimidad para comenzar a conocerse el uno al otro. Sólo se conoce la hondura de una persona en la medida en que se cree en la persona. Si yo tengo sospechas de alguien no hay posibilidad de conocimiento, no lo acepto o lo creo.
Esto pasa en la fe humana, y lo mismo pasa en la relación con Dios. El Hijo de Dios se nos presenta como Palabra, como Verbo de Dios. A través de acoger esta Palabra, conocemos a Dios y entramos en relación con Él.
La fe es respuesta a una oferta de amor y la posibilidad de participar en la vida del amado, en su pensamiento, en su forma de ver las cosas, en su forma de ver el mundo. La fe entra en el encuentro de lo personal, convirtiéndose en fuente de conocimiento auténtico, en reciprocidad que origina el encuentro, que origina el conocer a la otra persona en el misterio de su vida más profundo, en su ser.
Por eso, se entiende que la fe no puede reducirse sólo a conocer cosas de Dios, artículos o dogmas de fe, sino en conocer a una Persona, en entrar en contacto con una Persona.
Muchas veces se confunde la fe con la credulidad, y éste es uno de los mayores enemigos de la fe. La credulidad acepta lo que se le dice sin juicio crítico. Consiste en aceptar sin pensar. Esto no quiere decir que sólo se puede tener fe en aquello que sea entendido racionalmente, porque estaríamos cayendo en el problema del modernismo. No es eso, porque la fe quedaría eliminada. Lo que hace posible la fe es el presupuesto de que la realidad no se agota en lo empírico, en lo experimental, en lo sensible de las cosas. La fe busca más allá de la apariencia, porque quiere ver la realidad de las cosas, descubre en ella indicios que permiten abrirla a una realidad más grande, más profunda, que va más allá de lo que aparece.
Estamos hablando en el terreno de una fe humana. Si sólo puede existir lo que es comprobable desde el punto de vista empírico, ¿Qué pasa con el amor? No es accesible a través de la metodología empírica y sin embargo es real. Sólo podemos acceder a través de otros caminos, y aquí es donde interviene la fe. Precisamente porque la fe está relacionada con la verdad, te hace buscar la verdad. El crédulo dirá “no lo sé, pero me lo creo”. Pero la verdadera fe no puede aceptar cualquier cosa, ni a cualquier persona.
Cuando pasamos a la fe teologal, no tenemos que temer a buscar indicios de credibilidad en nuestra fe. Son indicios racionales que no agotan toda la realidad del misterio de Dios, pero que ayudan a ver que la fe en Dios no es algo irracional. Sino que es algo que entra dentro del ámbito de la verdad y, por tanto, es posible creer en ello.
Este conocimiento de Dios se expresa en verdades, enunciados, principios doctrinales. Necesitamos estas verdades para conocer a Dios, por eso es importante fijarlas bien. Son importantes porque nos descubren el rostro verdadero de Dios. Pero también es importante no quedarse sólo en ellas, sino que a través de ellas debemos llegar a la realidad última que es Dios mismo. La fe no termina hasta que se toca a Dios mismo, no los enunciados.
La fe es una gracia, no basta oír una catequesis, una meditación o una predicación para tener fe, sino que en el interior del corazón tiene que darse un movimiento que nos invite y nos ayude a aceptar aquello que estamos oyendo. Y es Dios quien mueve nuestros corazones con su gracia. Dios tiene la iniciativa en la fe, pero esto no significa que Dios fuerza la libertad del hombre para que creamos en Él. Dios siempre respeta la libertad humana. Por eso, la fe es una respuesta personal. Esta atracción de la gracia de Dios, no anula nuestra responsabilidad personal, la fe es un acto libre, es una libre elección del creyente.
Dei Verbum dice: “Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de la fe, por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por El. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad” (DV 5).