Seréis santos, porque yo soy santo
Cuando hablamos de santidad, pensamos que eso le corresponde a otros, a aquellos que no tienen nada que hacer más que estar rezando todo el día en un monasterio, o a los que no tienen ninguna ocupación y pueden permitirse el lujo de estar todo el día en la iglesia, en Cáritas, en Manos Unidas, etc. Ni se nos pasa por la cabeza que nosotros, siendo así de pecadores, podamos llegar a ser santos.
¡Nos parece imposible! Y a primera vista esa es la impresión que sacamos de lo que nos dice Jesús en el Evangelio de hoy, que es posible pero si dejamos todo por Él, familia y posesiones, y así nos dará cien veces más en esta vida y la vida eterna. Pero ¿Quién puede hacer eso? ¿Acaso me pide el Señor que abandone a mi mujer y a mis hijos y que le siga? Tal vez si me pide que abandone a mi suegra y a mis amigos, incluso a mi mujer, puede, pero ¡a mis hijos nunca!. ¡Y mucho menos esa maravillosa casa y ese espectacular coche que tantas horas de duro trabajo me ha costado conseguirlos!.
Pero Jesús no nos está pidiendo eso, hay que saber interpretar sus palabras para entender su mensaje. Lo que Jesús nos pide es el desprendimiento de bienes materiales, es decir, que no vivamos sólo para el dinero, el trabajo, el poder, el placer, etc. sino que ordenemos toda nuestra vida hacia Él y hacia el prójimo. Nos está diciendo que cada uno, según nuestra vocación, debemos dejarlo todo y seguirle. Nos está pidiendo que no seamos como el joven de ayer que se marchó triste porque estaba muy apegado a los bienes materiales y no podía desprenderse de ellos para seguirle.
Por supuesto que tenemos que tener familia y amigos y bienes materiales para tener una vida terrenal digna y darle una buena vida a nuestros seres queridos. No por tener un buen coche o una buena casa se nos pone una barrera para nuestra santidad. Lo que sí se nos pide es que no sea lo único que cuente en nuestra vida, que no convirtamos en la finalidad o en el objetivo de nuestra vida poseer bienes materiales.
Las posesiones materiales como las espirituales, pueden ahogarnos si no las usamos bien. Porque Dios no puede poner algo en nuestro corazón si ya está lleno de otras cosas superfluas. Lo que nos pide Jesús es que nos conservemos todo lo vacíos que podamos para que Dios pueda llenarnos de su gracia santificante.
La santidad es un camino a lo largo de toda la vida en la presencia de Dios de modo irreprensible. Se trata de ir siendo santos cada día. Pero no debemos olvidar que nosotros por nuestro mero esfuerzo personal no lo podemos lograr. Ser santo, avanzar todos los días un poco en la vida de santidad, es una gracia que Dios nos regala, una gracia que debemos pedirla frecuentemente en nuestra oración. Pero debemos dejar espacio en nuestro corazón porque si lo tenemos lleno de cosas mundanas, no quedará espacio para esta gracia santificante y difícilmente alcanzaremos la santidad.