Viernes XXIX del Tiempo Ordinario (par)
Primera lectura Efesios 4, 1-6. Un solo cuerpo, un Señor, una fe, un bautismo.
Hermanos:
Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados.
Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos.
Salmo responsorial Salmo 23, 1b-2. 3-4ab. 5-6 (R.: cf. 6)
“Esta es la generación que busca tu rostro, Señor.”
Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.
¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos.
Ese recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Esta es la generación que busca al Señor, que busca tu rostro, Dios de Jacob.
Lectura del Santo Evangelio según san Lucas 12, 54-59. Sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?
En aquel tiempo, decía Jesús a la gente:
«Cuando veis subir una nube por el poniente, decís enseguida: “Va a caer un aguacero”, y así sucede. Cuando sopla el sur decís: “Va a hacer bochorno”, y sucede.
Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo?
Por ello, mientras vas con tu adversario al magistrado, haz lo posible en el camino por llegar a un acuerdo con él, no sea que te lleve a la fuerza ante el juez y el juez te entregue al guardia y el guardia te meta en la cárcel.
Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues la última monedilla».
Hoy las lecturas nos invitan a reflexionar sobre dos aspectos fundamentales para nuestra vida cristiana: la unidad y el discernimiento de los tiempos.
En la primera lectura, san Pablo nos exhorta a vivir en la unidad del Espíritu. Nos recuerda que, como cristianos, compartimos un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, y que todos tenemos un solo Dios y Padre. Esta unidad no es opcional; es una llamada que se debe reflejar en nuestra vida diaria. Pero, ¿cómo logramos esta unidad que Pablo nos describe? Él nos da unas recomendaciones esenciales: ser siempre humildes y amables, comprensivos y capaces de sobrellevarnos mutuamente con amor.
Estas virtudes —humildad, amabilidad, paciencia y comprensión— son el fundamento de cualquier comunidad cristiana. San Pablo nos presenta el retrato ideal de una comunidad en la que reina el amor fraterno y el respeto mutuo, donde cada uno es capaz de aceptar y comprender las limitaciones y virtudes del otro. Sin embargo, todos sabemos lo difícil que es vivir esta unidad. Nuestras propias debilidades y divisiones internas a menudo nos impiden proyectar una imagen de Iglesia radiante en fe y en amor, como deberíamos. Tenemos una lista estupenda de motivos por los que deberíamos estar unidos, pero no lo estamos del todo, ni con los otros cristianos ni entre nosotros mismos.
En el Evangelio, vemos a Jesús lamentarse de la falta de discernimiento de sus contemporáneos. Jesús observa cómo la gente de su tiempo mirando el color y la forma de las nubes y la dirección del viento, tienen un arte especial para conocer el tiempo que va a hacer, pero no lograba interpretar los signos de los tiempos y reconocer en Jesús al Enviado de Dios. Jesús estaba entre ellos, realizando milagros y cumpliendo profecías, Dios estaba en medio de ellos pero muchos no se dieron cuenta.
En realidad, esta es una invitación para nosotros, que si reconocemos en Jesús al Hijo de Dios, al Mesías, pero deberíamos preguntarnos si somos capaces de reconocer su presencia en nuestras vidas y en los signos de nuestro tiempo.
Dios sigue presente en nuestro mundo, manifestándose en los acontecimientos y en las personas que nos rodean. Él se hace presente en la enfermedad, en las dificultades, en la ayuda que prestamos a los demás, y en la convivencia con nuestras familias y compañeros de trabajo. Pero a menudo estamos demasiado ocupados, distraídos o centrados en nuestros propios problemas para verlo. Cuántas veces, por falta de fe, dejamos pasar de largo esas ocasiones en las que Dios se nos hace “encontradizo”.
Jesús también nos llama hoy a reflexionar sobre nuestro caminar hacia el juicio final. Nos dice: “Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura ponerte de acuerdo con él en el camino”. Esta es una invitación a la reconciliación. Vivimos en un mundo donde la división y el rencor abundan, pero Jesús nos invita a perdonar y a rectificar nuestros errores mientras estamos en el camino. Es el tiempo de dejar atrás los agravios y deudas pendientes, de reconciliarnos con los demás, ya sea por gratitud, perdón o justicia, porque llegará el momento en que será demasiado tarde para reparar.
Hoy, estas lecturas nos llaman a construir una comunidad cristiana unida en el amor y la humildad, y a discernir los signos de los tiempos para descubrir la presencia viva de Dios en nuestras vidas. Aprovechemos este momento presente, no solo para fortalecernos como comunidad, sino también para estar siempre abiertos y atentos a las señales que Dios nos envía, para reconocerlo y acercarnos cada día más a Él.
Debemos buscar la santidad en medio del mundo, reconociendo a Dios en lo cotidiano y esforzándonos por vivir en paz y unidad con los demás. Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil. Deja poso. Ilumina con el resplandor de tu fe y de tu amor
Nuestra relación con los demás debe estar marcada por la comprensión y el respeto, viendo en ellos a Cristo. Mirando con los ojos de la fe, podemos reconocer la presencia de Cristo en cada persona y en cada situación, y construir una vida en la que el amor fraterno sea el fundamento de toda unidad.
En unos momentos nos acercaremos a recibir la Eucaristía, el sacramento en el que Cristo se hace presente de manera real y viva entre nosotros. La Eucaristía es el centro de nuestra fe y el mayor signo de la unidad que san Pablo describe en la primera lectura. Al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, participamos de ese único pan y nos unimos en un mismo Espíritu, uniendo nuestras vidas al sacrificio de amor de Jesús.
Al alimentarnos de este pan celestial, pidamos a Jesús que nos transforme, que haga crecer en nosotros la humildad, la amabilidad y el amor fraterno, para vivir en verdadera comunión con Dios y con nuestros hermanos. Que esta comunión con Cristo, fuente de toda unidad, nos impulse a reconocerlo en cada persona y en cada situación que nos rodea, y a ser testigos vivos de su amor en el mundo.
Que el Señor, en esta Eucaristía, nos conceda la gracia de vivir como una comunidad unida en el Espíritu y de discernir su presencia en cada instante de nuestra vida.